miércoles, 4 de noviembre de 2009

SALA DE ESPERA: Lo que no llega al consultorio...


Por Mario Martínez

“¿Por qué el espejo insiste en devolverme siempre la misma estúpida imagen? ¿Por qué cuándo alguien dice mi nombre tengo que responder? ¿Por qué todos insisten con la historia de mi locura? ¿Por qué es tan importante para los demás que yo esté viviendo la misma vida que viven ellos? ¿Por qué no puedo entrar a los baños de varones, si voy a hacer las mismas cosas que hacen ellos?”
Rafael, además de ejercer la psiquiatría en el hospital, atendía dos veces por semana en un sanatorio neuropsiquiátrico. Allí se encontraba ahora leyendo los cuadernos de Sara.
La historia de Sara era un poco la historia de la segunda mitad del siglo XX en la Argentina: integrante de la juventud maravillosa de los años setenta, fue luego demonizada, perseguida, secuestrada, torturada.
Sobrevivió de milagro. Pero no consiguió hacerlo entera. Una parte de ella se quedó para siempre en la rebeldía.
“Si Evita viviera, sería montonera. Si yo viviera, sería un hombre. Si yo fuera un hombre, me buscaría para amarme. Si yo fuera amada, sería feliz. Si yo fuese feliz, me iría lejos con mi hombre que me ama solo a mí. Si yo estuviera lejos, este manicomio sería inútil. Si yo estuviera lejos, y fuera feliz con mi hombre que me ama solo a mi, Evita viviría”.
Rafael trataba de comprenderla en medio del delirio. La habitación de Sara estaba cubierta de cuadernos llenos de frases como esas.
“Francamente general: ¿Qué esperaba usted de nosotros? ¿Qué esperábamos nosotros de usted? ¿Qué esperó el pueblo durante dieciocho años? ¿Qué esperaban los burócratas? ¿Qué esperaban los milicos? ¿Qué esperaban los curas conservadores? ¿Qué esperaban los curas del tercer mundo? ¿Qué esperaba mi mamá? ¿Por qué nos esperó la muerte? ¿Por qué mi compañero se tragó el cianuro?”
Rafael era unos pocos años menor que Sara, pero si se tomaba el trabajo de ordenar los cuadernos (¿Qué era el orden a esas alturas?), tenía el mejor relato de aquellos años.
“¿Qué pasa, general, que está lleno de gorilas el gobierno popular? Lleno de gorilas el gobierno, lleno de gorilas la Catedral, lleno de gorilas la Sociedad Rural, lleno de gorilas el Teatro Colón, lleno de gorilas el aeropuerto de Ezeiza. Y no puedo salir. Y no llega mi hombre. Y llega la patota. Y la patada en la boca. Y el baúl del auto. Y la picana. Y mi sangre. Y yo lloro, lloro, lloro, lloro, lloro….”
Rafael se cuestiona si los medicamentos la están ayudando a Sara, o le están robando el único espacio de libertad que ella pudo fabricarse en todo este tiempo.
“Llevo en mis oídos la más maravillosa música. Llevo en mis ojos la oscuridad de la capucha. Llevo en mis pechos el ardor de la picana. Llevo en mi boca el ardor de la picana. Llevo en mis ingles el ardor de la picana. Llevo entre mis piernas la más asquerosa violación. Llevo en mi estómago la más violenta patada que me deja sin aire. Y yo solo quería verlos sonreír, verlos sonreír, verlos sonreír”.


En el hospicio
(Pastoral)

Quiero atrapar el sol
en una pared desierta.
Me siento tan libre que
hasta me ahoga esa idea.
Me hace mal la realidad
de saber que el perro es perro
y nada más.

Quiero descolgar al sol,
chapalear entre las hojas,
estirar mi soledad,
correr entre los pasillos
y buscar la realidad
de que el perro no sea perro
y nada más.

Encierro real;
claustro de barro.
Solo sombras,
sombras.

Porque supe al despertar
que mis sueños eran ciertos
y mi propia realidad
supera la fantasía
de ser vos la fuerza que
de la nada hizo vida y me la dio.

Porque me dejan pensar
en toda esa gente humana
y después, para jugar,
hasta me atan a mi cama.
Puedo ver la realidad
de que el perro sea perro
y nada más.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Sala de Espera: Lo que no llega al consultorio


Por Mario Martínez

Omar se encontraba cursando su segundo año en la residencia de cirugía. Estaba de novio con Ana. Planeaban casarse cuando Omar finalizase la residencia.
Ana era contadora. Cuando en las reuniones sociales predominaban los médicos ella no podía evitar sentirse extraña.
Lo quería mucho a Omar. Incluso lo admiraba por su dedicación a la profesión.
Esa noche Omar cenaría en el departamento de Ana, y dormiría allí.
-¿Qué tal la oficina, flaquita? La saludo Omar. Ana trabajaba en un estudio contable.
-Bien amor, hubo poco trabajo hoy, estuve por llamarte, le comentó Ana.-¿Y vos, qué tal? Se interesó.
-No, yo estuve tapado de laburo, contó Omar.-A la mañana tres cirugías, un paciente que se descompensó en la sala, dos ingresos. Creo que tengo los dedos gastados de tanto escribir.
Ella se acercó, lo beso brevemente en los labios y le propuso:-¿Por qué no vas abriendo esta botella de vino y te sentás? Yo ya sirvo la comida.
Rieron mucho durante la cena. Y tuvieron tiempo incluso para el amor, la pasión y el descanso.
A la semana siguiente Ana lo llamó al mediodía:-Perdoná que te moleste en el trabajo.
-Si, la verdad que no es un buen momento, le contestó secamente Omar.
-Creeme, necesito que me hagas un gran favor, comenzó a explicarle Ana con tono de disculpa.
-Bueno, contame rapidito que tengo mucho laburo, la frenó Omar.
Ella fue breve y precisa. Cuando terminó la llamada volvió a sentir esa sensación de extrañamiento.
Esa noche no se vieron. Ana durmió poco y mal.
A la noche siguiente Omar la visitó en su departamento:-¿Qué hacés flaquita? ¡Que linda que estás hoy!
-Decime Omar, comenzó Ana con cierta frialdad:-¿Ayer me quisiste?
-¿Qué me preguntas flaquita? Se mostró sorprendido Omar:-Yo te quiero todos los días ¿No lo sabías?
-¿Vos te acordás como me trataste ayer por teléfono? Le preguntó Ana, que no cedía en su frialdad y su enojo.
Omar entonces comprendió:-Si, la verdad, perdoname. Ayer tuve un día horrible, y vos la ligaste de rebote. Eso está muy mal, ya lo se, pero salió así. ¿Me podrás perdonar?
-Yo te puedo perdonar, comenzó Ana, y la dureza de su mirada tuvo un destello de suavidad.-Pero no quiero que seamos la continuidad de las basuras del día que vivió cada uno. Yo quiero que nos acompañemos para ser mejores personas.
Omar comprendió muy bien lo que Ana le estaba diciendo. Por eso no pudo menos que abrazarla. Y también la besó.
Días y flores
(Silvio Rodríguez)

Si me levanto temprano,
fresco y curado,
claro y feliz,
y te digo: «voy al bosque
para aliviarme de ti»,
sabe que dentro tengo un tesoro
que me llega a la raíz.

Si luego vuelvo cargado
con muchas flores
(mucho color)
y te las pongo en la risa,
en la ternura, en la voz,
es que he mojado en flor mi camisa
para teñir su sudor.

Pero si un día me demoro, no te impacientes,
yo volveré más tarde.
Será que a la más profunda alegría
me habrá seguido la rabia ese día,
la rabia simple del hombre silvestre,
la rabia bomba, la rabia de muerte,
la rabia imperio asesino de niños,
la rabia se me ha podrido el cariño,
la rabia madre por dios tengo frío,
la rabia es mío, eso es mío, sólo mío,
la rabia bebo pero no me mojo,
la rabia miedo a perder el manojo,
la rabia hijo zapato de tierra,
la rabia dame o te hago la guerra,
la rabia todo tiene su momento,
la rabia el grito se lo lleva el viento,
la rabia el oro sobre la conciencia,
la rabia —coño— paciencia, paciencia.

La rabia es mi vocación.

Si hay días que vuelvo cansado,
sucio de tiempo,
sin para amor,
es que regreso del mundo,
no del bosque, no del sol.
En esos días,
compañera ponte alma nueva
para mi más bella flor.

sábado, 19 de septiembre de 2009

SALA DE ESPERA: Lo que no llega al consultorio...


Por Mario Martínez

Isabel formaba parte de la Comisión Vecinal, y era la delegada para participar en las reuniones del Consejo de Salud que se reunía mensualmente en la Unidad Sanitaria.
Era una mujer joven y de convicciones firmes. Tuvo la oportunidad de estudiar y no la desaprovechó, ampliando con conocimientos su natural inteligencia.
Además, era una mujer bonita. Su piel reflejaba su raza. Y en esta parte del mundo también su clase social.
Leandro, el enfermero de la Unidad Sanitaria, comentaba que tenía que salir a alinear las baldosas cada vez que Isabel pasaba por la vereda.-Si la ves caminar, es imposible que no te pase algo, afirmaba.
Sergio, en cambio, es médico, y apenas sonríe cuando Leandro hace ese tipo de comentarios. Lo que sucede es que a él Isabel le impresiona mucho. Es decir: le gusta mucho, pero concluyó que jamás se lo dirá. La considera muy lejana a sus posibilidades.
Ese sábado se reunía el Consejo de Salud para escuchar el informe epidemiológico que el Hospital había elaborado en base al año 2008. El encargado de la lectura era precisamente Sergio.
-Durante el año 2008, comenzó Sergio, el Hospital, con 90 camas, tuvo 2.400 egresos, esto es, 2.350 pacientes que fueron dados de alta y 50 que fallecieron. En promedio cada paciente estuvo internado 13 días. 760 fueron niños, 810 partos y 830 se repartieron entre clínica y cirugía. Los pacientes fallecidos corresponden exclusivamente a estas dos últimas categorías.
-En cuanto a consultorios externos, siguió Sergio, el Hospital realizó 71.900 consultas: 14.000 entre clínica y cirugía, 3.500 de pediatría, 2.400 de obstetricia, 28.800 de guardia y el resto controles de salud en todas sus formas.
-¿No son pocas consultas de obstetricia? Quiso averiguar Isabel.
-Mirá, comenzó a responder Sergio, nos da un promedio de tres consultas por cada embarazada. Queremos llegar a cinco, pero nos cuesta mucho conseguir que la primera consulta por control de embarazo se haga precozmente.
-Con otras vecinas estuvimos haciendo un afiche para fomentar el control precoz, explicó Isabel, y comenzó a desplegar el afiche sobre la mesa.
Ante cada pregunta de los asistentes, Isabel estiraba su cuerpo sobre el afiche para señalar con más precisión. Sergio se dio cuenta que le prestaba mucha más atención al cuerpo de Isabel que al afiche.
-¿Y vos como lo ves, Sergio? Le disparó Leandro a quemarropa.
Sergio tuvo que pensar rápido una respuesta, tratando de disimular que lo único que había visto con atención no era precisamente el afiche.
-Bien, comenzó Sergio, me parece bien. Restaría saber como vamos a financiar la impresión.
-Pensamos en algo, le respondió Isabel, después de la reunión te lo cuento.
-Bueno, se animó Sergio, después de la reunión dejo que me lo cuentes…


La flor de la canela
(Chabuca Granda)

Déjame que te cuente limeño
Déjame que te diga la gloria
Del ensueño que evoca la memoria
Del viejo puente, del río y la alameda

Déjame que te cuente limeño
Ahora que aún perfuma el recuerdo
Ahora que aún se mece en un sueño
El viejo puente, el río y la alameda

Jazmines en el pelo y rosas en la cara
Airosa caminaba la flor de la canela
Derramaba lisura y a su paso dejaba
Aromas de mistura que en el pecho llevaba

Del puente a la alameda, menudo pie la lleva
Por la vereda que se estremece al ritmo de su cadera
Recogía la risa de la brisa del río
Y al viento la lanzaba, del puente a la alameda

Déjame que te cuente limeño
Ay, deja que te diga, moreno, mi pensamiento
A ver si así despiertas del sueño
Del sueño que entretiene, moreno, tu sentimiento

Aspira de la lisura que da la flor de la canela
Adornada con jazmines, matizando su hermosura
Alfombra de nuevo el puente, y engalana la alameda
Que el río acompasará su paso por la vereda

Y recuerda que

Jazmines en el pelo y rosas en la cara
Airosa caminaba la flor de la canela
Derramaba lisura y a su paso dejaba
Aromas de mistura que en el pecho llevaba

Del puente a la alameda menudo pie la lleva
Por la vereda que se estremece al ritmo de su cadera
Recogía la risa de la brisa del río
Y al viento la lanzaba, del puente a la alameda.

lunes, 10 de agosto de 2009

Sala de Espera: Lo que no llega al consultorio


Por Mario Martínez

Hacía ya una semana que Wenceslao había ingresado a la sala de internación. Llevaba profundamente marcados en el cuerpo los estigmas del alcohol.
-¡Qué elegante se me vino esta mañana, tordo! Saludaba a cada uno de los médicos del servicio.
Wenceslao era el octavo hijo natural de una mujer que lo crió hasta que pudo. Luego, quedó al cuidado de sus hermanos mayores. Pero fundamentalmente fueron la calle y la miseria sus padres y su familia.
-Dígame la verdad tordo, ya soy un hombre grande, ¿Me parece a mí, o este es mi último carnaval?
Pero les costaba decirle la verdad. O por lo menos una parte. Era demasiado grave y compleja.
Wenceslao hizo en la vida todo lo que se puede hacer para comer. Incluso un par de cosas que no estaban del todo bien. Pero lo que más le gustaba hacer era cantar con la murga de su barrio. Lo hizo mientras tuvo voz.
-¡Y se me fue la gola, tordo! ¡Que se va hacer! Es como dice el tango: cuando la gola se va, ¡Porque yo fama no tuve nunca!
Y estallaba en una risotada.
Su cirrosis hepática estaba muy avanzada. Los médicos esperaban un cuadro neurológico o una hemorragia grave en cualquier momento.
-Tordo: anoche me pareció que la parca me pedía que le hiciera lugar en la catrera ¡Mire si será atorranta esa mina!
Y otra vez la risotada.
Tenía un hijo. Y había tenido varias mujeres. Pero nadie lo venía a visitar.
-¡Qué va hacer, tordo! No supe armar la baraja. Y cuando quise jugar, perdí. ¡Qué va hacer!
Por la noche le diagnosticaron el coma y lo trasladaron a la terapia intensiva. El equipo de profesionales estuvo trabajando hasta el amanecer. No había ninguna esperanza para él, pero todos habían establecido con Wenceslao una relación afectiva muy fuerte.
Esa mañana falleció.
Acomodaron prolijamente sus pocas pertenencias para entregárselas a la familia. Fue entonces cuando vieron ese papelito.
Era un poema murguero, algo así como su testamento:

Ya suena la retirada.
Ya se despide la murga.
Y hay un temblor en la zurda
frío como puñalada.
Que el letrista no se olvide:
¡No quiero recibir flores!
Mándenme siete tambores
cuando el alma se me pire.




Brindis por Pierrot
(Jaime Roos-Raúl Castro)

No lo vieron a Molina
Que no pisa más el bar
Dónde está la Gran Muñeca
Que no trilla el bulevar
Esta noche es de recuerdos
Este brindis por Pierrot
Volverás Mario Benítez
Con tu Línea Maginot
Qué será de los porteños
Ocupando el Liberaij
Qué dirá La Nueva Ola
Empapada de champán
Esta noche es de recuerdos
Este brindis por La Unión
Ahí estás Martíncorena
Escuchando esta canción

Me voy
Como se han ido tantos
Que el recuerdo disfrazó de santos
Y su historia se ha vuelto ilusión
Descubro
El dejo de amargura
Que ni la mejor partitura
Le pudo marcar a mi voz

Se van
Como se han ido tantos
Carnaval les regaló su manto
Su estampa se vuelve canción
Se han ido
Soplando candilejas
Esta noche no tengo ni quejas
Sin embargo el que llora soy yo

No se acuerdan de la Bruta
Con Pianito en su lugar
No me olvido más del ñato
Imitando a Dogomar
Esta noche es de recuerdos
Este brindis por Pierrot
Quedan pocos Sabaleros
Aguantando el mostrador

Te estoy viendo a vos Benítez
En las páginas del Ring
Ni que hablar de un Picho López
Recostado en un casin
Esta noche es de recuerdos
Este brindis por Zelmar
No lo vieron a Molina
Que no pisa más el bar

Me voy
Me voy me vivo yendo
Esta noche me hizo vista el tiempo
En las copas me dieron changüí
Me llevo
Como un capricho burdo
La esperanza escondida en el zurdo
Que el Diablo se apiade de mí

Se van
Se van se siguen yendo
Cuesta abajo los sacude el viento
Como hojas de un sueño otoñal
Levanto
Mi vaso por las dudas
A veces la suerte me ayuda
Nadie golpea al zaguán

Oigan al payaso que canta
Cuántas penas en su garganta
Junto a su copa de licor
Solo
Esta noche no tengo ni tumba
Sin embargo el que canta soy yo

Miren al Pierrot callejero
De la noche fiel compañero
En su mejilla un lagrimón
Brilla
Le ha tocado pasarse la vida
A solas con su corazón.

(Recitado) "Te largan a la cancha sin preguntarte si querés entrar.
Por si fuera poco, de golero; toda una vida tapando agujeros.
Y si en una de esas salís bueno, se tiran al suelo y te cobran penal"

Oigan al payaso que canta
Cuántas penas en su garganta
Junto a su copa de licor
Solo
Esta noche no luce su ropa
Sin embargo le llaman Pierrot

Miren al Pierrot callejero...

(Recitado final improvisado por el "Canario" Luna)
"¿No sentiste, Viruta a los muchachos? Dicen que ando solo, qué saben ellos...
Ellos no saben que siempre al lado mío está el niño Calatrava,
Raviól, que se nos fue hace poco.
A solas sí... a solas pero viviendo la vida, gozándola..."

Oigan al payaso que canta...

domingo, 10 de mayo de 2009

Sala de espera: Lo que no llega al consultorio


Por Mario Martínez

-¿Por qué no comienza contándonos como conoció a su esposo? Preguntó el abogado, en nombre de él y del psicólogo que lo acompañaba.
-Fue en una fiesta, respondió Vilma, en la casa de Mariela, una amiga mía. Él era conocido del esposo de mi amiga. En una rueda de conversación me encontré preguntándole acerca del lugar de su nacimiento. No recuerdo bien como comenzó todo, pero terminamos hablando solos en un rincón. Desde que lo vi, y sobre todo desde que lo escuché, no pude dejar de prestarle atención.
-¿Cómo que Mariela no está linda con ese vestido? Preguntaba Vilma al hombre que acababa de conocer. -Si Mariela no te parece linda te vas a quedar solo.
-¿Por qué me decís eso? Le respondió el hombre. -Yo no dije que estuviera solo. Y vos me parecés linda…
-¿Cuánto tiempo les llevó decidir vivir juntos? Retomó nuevamente el abogado.
-Tres años, respondió Vilma.
-¿Le parecieron muchos? Quiso saber el abogado.
-No, para nada, opinó Vilma.-Al principio ninguno de los dos hablaba de convivencia. Nos dedicábamos a disfrutar la compañía del otro y a proponer alternativas divertidas.
-¿Cómo diría que era su esposo en aquel momento? Consultó el abogado.
Vilma se tomó unos segundos para responder:-Yo diría que era muy buen compañero, solícito, conciliador. No es que evitara las discusiones, pero estas tenían siempre un sentido. Odiaba a los necios, y en eso éramos iguales.
-¿Cuál era la salida favorita de ustedes? Interrogó el abogado, mirando al psicólogo que permanecía callado en un rincón, tomando notas.
-La ronda del placer, respondió Vilma.
-Puede ser más explícita, se mostró curioso el abogado.
-Llamábamos así a la salida que comenzaba en el cine, seguía en el restaurante y terminaba en un hotel, aclaró Vilma.
-¿Y cuando comenzaron los problemas? Buscó definir el abogado.
-No, ¿Problemas?, no, nosotros nunca tuvimos problemas, aclaró Vilma, aunque no mucho.
-Lo intento nuevamente, insistió el abogado.- ¿Cuándo se rompió ese encantamiento que los mantenía así enamorados?
-Nunca doctor, se lo juro. Yo sigo muy enamorada de mi marido, continuó aclarando oscuramente Vilma.
Entonces intervino por primera vez el psicólogo:-Señora, le recuerdo que hacemos aquí: su esposo fue asesinado y usted se declaró culpable.
-Claro, siguió afirmando Vilma, si yo lo maté.
-Bueno, continuó entonces el abogado, estamos aquí tratando de elaborar una estrategia de defensa.
-No, ¿Para qué defenderme doctor? Él me dejó para irse con otra persona. Con otro hombre. ¿Cómo podía yo dejarlo hacer esa locura, a él, que era tan racional?


Balada do Louco
Autores: Arnaldo Baptista / Rita Lee
Intérprete: Ney Matogrosso

Dizem que sou louco por pensar assim
Se eu sou muito louco por eu ser feliz
Mas louco é quem me diz
E não é feliz, não é feliz

Se eles são bonitos, sou Alain Delon
Se eles são famosos, sou Napoleão
Mas louco é quem me diz
E não é feliz, não é feliz

Eu juro que é melhor
Não ser o normal
Se eu posso pensar que Deus sou eu

Se eles têm três carros, eu posso voar
Se eles rezam muito, eu já estou no ar
Mas louco é quem me diz
E não é feliz, não é feliz

Eu juro que é melhor
Não ser o normal
Se eu posso pensar que Deus sou eu

Sim sou muito louco, não vou me curar
Já não sou o único que encontrou a paz
Mas louco é quem me diz
E não é feliz, eu sou feliz

lunes, 20 de abril de 2009

Sala de Espera: Lo que no llega al consultorio


Por Mario Martínez

-…el que le dio este teléfono se equivocó. Este no es el laboratorio. ¿Y yo que se cuál es el número del laboratorio? Llame al conmutador y pregunte. ¡Espere un momento! ¿No ve que estoy hablando por teléfono? ¡Estoy ocupado!
Álvaro trabajaba en la farmacia del hospital y era el encargado de entregar los medicamentos a los pacientes crónicos.
-Ahora si ¿Qué quiere?............Ahá, ¿Trajo la receta? ………. ¿A ver? No, esa no sirve, dígale al médico que se la haga como corresponde…………… Él tiene que saber como corresponde, dígale que no se haga el tonto. ¿Quién sigue?
Era impensable que Álvaro intentara al menos solucionar un problema que no fuera de él. Los pacientes en general lo detestaban y habían presentado innumerables quejas a la dirección y administración del hospital. Sin embargo, las autoridades estaban conformes con Álvaro, desde que él estaba a cargo había disminuido la facturación de medicamentos.
-¿Qué me traés, querido? En una hora yo me voy ¿Cómo te me venís ahora con un pedido urgente? Si es urgente lleváselo a los de la guardia.
Sus compañeros de trabajo no lograban ponerse de acuerdo: mientras unos lo odiaban, otros solo pensaban en molerlo a palos.
-¿Y por qué voy a creer que vas a jugar la plata de todos nosotros al billete de fin de año? ¿Y si te olvidás? ¿Qué pasa con mi plata, la pierdo? No, dejá, si a mi lo que me sobra es suerte…
Eso si: cuando se trataba de temas sociales, Álvaro no ocultaba su sensibilidad.
-¿Y vos querés que te firme el petitorio? Pero si recién juntaste tres firmitas. Andá pibe, volvé cuando tengas la lista llena, y por ahí te lo firmo…
Se sentía cómodo con el lugar laboral que ocupaba.
-No, no me vengas con eso del cursito. ¡Si yo estoy fenómeno así! Además, me tendría que levantar más temprano todavía. No, mirá, gracias, ofrecéselo a Gonzalo que lo único que hace es archivar historias clínicas…
Aunque cueste creerlo, una persona así había conseguido formar una familia, e incluso había tenido hijos.
-Vieja: ¿Por qué no le pedís a Ricardito que te ayude a ordenar el placard? Yo me la paso toda la semana laburando, ¡Tengo derecho a descansar! ¿O no?
Pero: ¿Dónde había comenzado esta vocación de Álvaro por el mínimo esfuerzo? ¿En qué circunstancia del camino de la vida se habían consumido sus energías?
-En mis tiempos la cosa era fácil: o laburabas, o estudiabas. Los viejos de vago no te iban a bancar. Y yo con los libros de la segunda página no pasaba, me quedaba dormido…
Incluso un nuevo compañero de trabajo, que aún no había tenido oportunidad de conocerlo y, por lo tanto, de enojarse con él, lo había invitado a salir a correr los sábados por la mañana.
-No, pibe, a mi dejame en casa tomando mate. Yo no nací para correr, lo mío es la caminata. Es más, si en silla de ruedas, mejor…


Confesiones junto al Sena
Jorge Schussheim

Una música suena en la calle,
mil violines me dan su calor
y cogiendo mi brazo tu talle
te suspiro al oído mi amor.

Tú me dices que sé que eres mía,
que te entregas a mí, mi princesa,
pero al ir a tomarte no puedo,
porque siento que el culo me pesa,
¡ay, ay!, cómo me pesa.

Un palacio de cuento de hadas
y un salón de irreal esplendor
es el marco suntuoso en que vive
nuestro amado y buen emperador.

Me recibe, en la diestra la espada,
y me otorga un blasón de nobleza.
—Lo lamento, Sire, no puedo,
porque siento que el culo me pesa,
¡ay, ay!, cómo me pesa.

Encontré a la diosa Fortuna
en la calle sentada, a mi paso,
y me ofrece el sol y la luna
si tan sólo le extiendo los brazos.

—¡Ay, mi diosa! Lo intento y no puedo,
me resigno a mi vieja pobreza;
aunque trate, no muevo ni un dedo
porque siento que el culo me pesa,
¡ay, ay!, cómo me pesa.

Y pasando los años se escapan
y me dejan tan sólo tristeza,
nunca tuve ni amor ni dinero
porque el culo me arrastra y me pesa…

Un consejo les doy, mis amigos,
un consejo y ya corto mi hilo:
No se sienten, vivan parados
aunque el culo les pese mil kilos,
aunque el culo les pese mil kilos.

lunes, 13 de abril de 2009

Sala de espera: Lo que no llega al consultorio


Por Mario Martínez

La reunión de la gremial médica se había extendido más de lo habitual. Unos pocos, formando corrillos, aún continuaban comentando lo que acababa de acontecer.
Kramer, en cambio, aunque era el secretario general, solo en un rincón acomodaba unos papeles.
Cuando Adriana notó esto, se acercó con cualquier excusa. A pesar de los cuestionamientos, ella sentía respeto y hasta cierta admiración por ese colega.
-¿Le ayudo con los papeles?
-Bueno, muchas gracias, respondió Kramer. –Así volvemos más temprano a nuestras casas.
-Estuvo duro el ambiente hoy ¿No es así doctor? Consultó Adriana.
-Últimamente parece que la única propuesta es la dureza, la intransigencia, explicó algo didácticamente Kramer.-Encima, la muerte del doctor Saín lo elevó a la condición de juez de todos nosotros.
-Yo no viví su época como secretario general de la gremial, aclaró Adriana,-Pero cuentan que fue una persona muy correcta.
-Nadie puede criticar sus formas, reconoció Kramer,-Pero los que hoy en día lo ponen como ejemplo no separan formas de contenidos. Cuando Saín se hizo cargo la gremial venía de un tiempo muy oscuro. Él y su grupo privilegiaron su funcionamiento, casi diría burocrático, más que su efectividad. No confiaron en el respaldo de la movilización. La gremial se puso en marcha, si, pero los beneficiarios siguieron siendo los mismos que lo habían sido hasta entonces.
-Perdone que pregunte tanto, doctor, demandó nuevamente Adriana,-Entonces ¿Lobejón fue el mejor secretario general?
-No se si yo lo expresaría de esa manera, aclaró Kramer.-Lobejón formó parte del grupo fundacional de la gremial. Hasta ese momento no existía un espacio sindical en todo el sentido de la palabra. La representación de los intereses médicos como grupo productivo estaba en manos de los dueños de sanatorios y directores de hospitales. Lobejón y su grupo consiguieron que los médicos, considerados como un colectivo, pasaran a tener protagonismo.
-Y usted ¿Se siente heredero de alguno de ellos? Volvió a interesarse Adriana.
-Sin dudas me siento más cerca de Lobejón, afirmó Kramer. Él y su grupo fijaron claramente los contenidos por los que deberíamos luchar. El error más grande que le reconozco es haberse erigido como intérprete de los intereses, y no someter las decisiones a debate. Así la lucha se fue debilitando. Aunque te aclaro que cuando Saín encabezó la gremial lo acompañé a pesar de las diferencias. Hasta que estas se volvieron insalvables.
-Le confieso doctor que escuchándolo me siento con pocas esperanzas, se lamentó Adriana.-Parece ser un problema sin solución.
-No, aclaró Kramer, no es tan difícil. Se trata de que a muchos no les falte lo que a unos pocos les sobra.

sábado, 4 de abril de 2009

Sala de Espera: Lo que no llega al consultorio


Por Mario Martínez

Los residentes contaban con dos dormitorios para la guardia, uno para las damas y otro para los caballeros, más un pequeño ambiente para usos múltiples: desde un ateneo bibliográfico hasta tomar mate, o un descanso cuando la tensión de la guardia prometía destruir los nervios del más templado.
Precisamente terminaban un ateneo, y un pequeño grupo extendió la discusión acerca de la tecnología apropiada:
-No podés ser tan irresponsable de querer utilizar el último aparato para diagnóstico que aparece en el mercado, en un país subdesarrollado como el nuestro, sentenciaba Antonio.
-El irresponsable sos vos, que no quiere entender que así el país se atrasa más, contestaba Mariano.-Si por vos fuera habría que volver a los yuyos.
-No pongas en mi boca cosas que no dije, aclaraba Antonio.-Tecnología apropiada es precisamente eso: la tecnología que la comunidad sea capaz de aceptar y sostener.
-O sea que, según vos, esto también debe debatirse en la asamblea popular, terminaba de irritarlo Mariano.
-Che, intervino Edgardo, bajen la voz que están golpeando la puerta. Si, ¿quién es?
-Gregorio, el enfermero, doctor. ¿Puedo pasar?
-Si Gregorio, pase, contestó Edgardo.
-Permiso, vengo a sacar unas cajas de gasas que guardamos en el placard.
-Si Gregorio, haga nomás, nosotros estamos charlando. A propósito: ¿Cuándo fue la última vez que la dirección del hospital compró equipamiento para la enfermería de la guardia?
-Mire doctor, respondió Gregorio, no menos de cinco años.
-Ahí tenés Mariano, reaccionó Antonio. ¿No correspondería entonces que hagamos una nota pidiendo, no mejor, exigiendo que modernicen el equipamiento de la enfermería de guardia?
-Conmigo no cuentes, respondió Mariano.-Bastante esfuerzo me cuesta mantenerme en el primer puesto de los concursos, para arruinarme con una notita. Después quién le va a explicar al director ¿Gregorio? No, gracias, arréglense ustedes. Y pegó un portazo.
-Me encantó la solidaridad del tipo, dijo Antonio.- ¿Se da cuenta Gregorio? Si así es de pibe, ¿Qué nos espera cuando crezca? Y salió sin esperar la respuesta.
Gregorio se sentía incómodo por haber sido obligado a intervenir en una discusión, aunque nadie se detuvo a escucharlo. Menos Edgardo.
-Dele Gregorio, despáchese, estamos solos.
-¿Qué quiere que le diga doctor? El doctor Mariano parece bastante egoísta, pero el doctor Antonio se mete cuando no lo llaman. Ni el director ni ninguno de ellos dos nos consultaron a los enfermeros por el equipamiento de la enfermería de guardia. Si esto hubiera pasado en mi barrio le hubiéramos dicho: No pibe, así no.


No pibe
Javier Martínez (Manal-1970)

No hay que tener un auto,
ni relojes de medio millón
cuatro empleos bien pagados,
ser un astro de televisión.

No, no, no, no pibe,
para que alguien te pueda amar,
porqué así sólo tendrás,
un negocio más.

No debes cambiar tu origen,
ni mentir sobre tu identidad.
Es muy triste negar de donde vienes,
lo importante es adonde vas.

No, no, no, no pibe,
no lo hagas que eso está mal;
si tu madre te escuchara,
moriría de llorar.

No hay que viajar a Europa,
ni estudiar en la universidad,
tener títulos de nobleza,
o prestigio en la sociedad.

No, no, no, no pibe,
para que alguien te pueda amar.
Nada de eso es importante,
en amor, ya lo verás.

sábado, 28 de marzo de 2009

Sala de Espera: Lo que no llega al consultorio


Por Mario Martínez

Como seguramente recordarán nuestros radioescuchas, Arturo es Trabajador Social y está encargado de los pacientes con diabetes que concurren el Servicio de Endocrinología del Hospital. Ya habíamos comentado también que lo que realmente lo entusiasma es el trabajo con los pacientes más jóvenes.
Esa mañana se desenvolvía de manera por demás tranquila, hasta que su asistente le acercó ese papelito escrito por Ricardo, uno de sus pacientes adolescentes, solicitándole urgente atención.
Arturo se tranquilizó, sabiendo que las “urgencias” de los chicos eran relativas, ya que si estas ponían en riesgo su salud, acudían al médico y no al trabajador social. De todas maneras le pidió a su asistente que lo hiciera pasar.
-Hola doc, gracias por atenderme, saludó Ricardo.
Todos los chicos sabían que Arturo no era doctor, pero igual se dirigían a él de esa manera, ya que les resultaba extraño eso de “licenciado”.
-¿Cómo estás Ricardo? ¿En qué puedo ayudarte?
-Lo molesto a usted porque lo que necesito es cambiar de médico.
-¿Y puedo saber por qué? Preguntó Arturo.
-¿Es necesario? Contestó Ricardo.
-Mirá, si, es necesario. Es parte de mi trabajo verificar el bienestar de los pacientes. Por eso te lo pregunto. Pero quedate tranquilo, esto no sale de aquí.
-Bueno: lo que pasó es que la Dra. González me tiró onda… explicó Ricardo.
-Un minuto Ricardo, necesito tenerlo claro: ¿Me estás diciendo que la Dra. González te sugirió que se había enamorado de vos?
-Y… si… Más o menos fue así.
-Bueno, quedate tranquilo, yo te consigo otro turno. Dejalo en mis manos.
-Gracias, doc, muchas gracias. Nos vemos. Se despidió Ricardo.
Arturo se quedó preocupado. Conocía muy bien a la Dra. Cristina González. Era joven y muy bonita, pero le resultaba difícil creer lo que Ricardo afirmaba. Estaba en pareja con otro profesional del Hospital, y se los veía muy unidos y felices.
-Pasá Arturo, ¿A qué debo el honor? Lo saludó Cristina.
-Mirá Cristina, vengo a contarte algo que me relató un paciente tuyo. Si lo hago es porque te conozco y respeto, y quisiera tener también tu versión. No es que lo que me hayan contado me parezca mal, solo es que quiero estar seguro.
-Arturo, me preocupás.
-No, no me parece que sea para tanto. ¿Lo tenés presente a Ricardo Rodeiro?
-Si, ¿Cómo no?, el chico con diabetes.
-El mismo. Me pidió que le consiguiera turno con otro médico, porque vos le habrías dicho que te habías enamorado de él.
-No, Arturo, es al revés. Él me dijo que se había enamorado de mí. Te juro que puse todo mi empeño en explicarle por qué no podía ser, pero evidentemente fallé. Pobre chico ¡Había tanta ilusión en esos ojitos!
-No te preocupes, se lo voy a pasar a la Jefa. Es experta en mal de amores.


Volver a los 17Violeta Parra (1964)


Volver a los 17
Después de vivir un siglo
Es como descifrar signos
Sin ser sabio competente
Volver a ser de repente
Tan frágil como un segundo
Volver a sentir profundo
Como un niño frente a dios
Eso es lo que siento yo
En este instante fecundo.

Se va enredando, enredando
Como en el muro la hiedra
Y va brotando, brotando
Como el musguito en la piedra
Como el musguito en la piedra
Hay si..., si..., si...

Mi paso retrocedido
Cuando el de ustedes avanza
El arco de las alianzas
Ha penetrado en mi nido
Con todo su colorido
Se ha paseado por mis venas
Y hasta la dura cadena
Con que nos ata el destino
Es como un diamante fino
Que alumbra mi alma serena.

Se va enredando, enredando
Como en el muro la hiedra
Y va brotando, brotando
Como el musguito en la piedra
Como el musguito en la piedra
Hay si..., si..., si...


Lo que puede el sentimiento
No lo ha podido el saber
Ni el mas claro proceder
Ni el mas ancho pensamiento
Todo lo cambia el momento
Cual mago condescendiente
Nos aleja dulcemente
De rencores y violencias
Solo el amor con su ciencia
Nos vuelve tan inocentes.

Se va enredando, enredando
Como en el muro la hiedra
Y va brotando, brotando
Como el musguito en la piedra
Como el musguito en la piedra
Hay si..., si..., si...

El amor es torbellino
De pureza original
Hasta el feroz animal
Susurra su dulce trino
Detiene a los peregrinos
Libera a los prisioneros
El amor con sus esmeros
Al viejo lo vuelve niño
Y al malo solo el cariño
Lo vuelve puro y sincero.

Se va enredando, enredando
Como en el muro la hiedra
Y va brotando, brotando
Como el musguito en la piedra
Como el musguito en la piedra
Hay si..., si..., si...

lunes, 23 de marzo de 2009

Ecoguardianes 21 y el Ambiente



Nos escribió Carlos Calisto, Coordinador de los Guardianes del Riachuelo, a raiz de nuestro programa sobre la salud y el medioambiente. Carlos nos envió una presentación de power point sobre el trabajo de la Cooperativa. Aquí va el texto completo de su mail: Estimados: El pasado viernes, les confieso que casualmente(existen las casualidades?) les escuché y me puse en contacto telefónico con Uds. (Emilia me atendió). Estaban requiriendo Uds. información de quienes están "haciendo por el Ambiente" (así completo y sin "medio", ya que eso, "solo María Julia pudo hacerlo", llevarse la mitad a la casa...). Cumplo lo prometido y les hago llegar la presentación en Power Point que - hecha por el grupo- les ilustrará en detalle (espero puedan bajarla) de las actividades. Además les adjunto el texto de la presentación que efectuaran en la Legislatura porteña en ocasión de la Audiencia Pública sobre la "posible" licitación de la recolección de basura (aún no concretada). Es ilustrativo de lo que hacen y piensan. Les agrego que en pocos días mas (mas excatamente el 31 de marzo) finaliza el convenio de apoyo que - via Urbasur- les viene facilitando el cobro de viáticos por la tarea que realizan. No cualquier tarea por cierto, es de alto riesgo, insalubre; en zona que las "autoridades" (éstas y las anteriores) no consideran "existente"; con una paga mínima ( no llegan a los mil pesos) y a la que "todo el mundo" ve muy bien (visitas, fotos, comentarios) pero que no están dispuestos a solventar... Cosas que pasan. Los muchachos de la Cooperativa (ahora constituída) han logrado de los vecinos una conducta y regularidad envidiables y dignas de imitación. Por mes recogen 200 toneladas de basura que NO VAN al Riachuelo. Y ésto no son palabras. Son hechos verificables. Y por si algo faltaba se han constituído en el barrio (no le llamamos villa) en referentes. generando concienca ambiental, coordinando con otras organizaciones, llevando adelante acciones y levantando ahora una construcción para Galpon de acopio y reciclado que els permitirá completar su tarea. Y, dando y demostrando que pueden trabajar y dignificar su vida, la de sus flias, y al barrio todo (y hablo de no menos de treinta mil personas). Quedo a las gratas órdenes y confío en que la difusión que Uds. le den contribuya a despertar conciencias y que entiendan que ésto es una acción concreta y replicable a poco que exista la voluntad de hacerlo.
Carlos Calisto

Gracias Carlos. Vamos a comunicarnos contigo para difundir la experiencia de Ustedes.
Un abrazo,
Los IM-PACIENTES

lunes, 9 de marzo de 2009

Sala de Espera. Lo que no llega al Consultorio




Por Mario Martínez

Milagros tiene 15 años. Había nacido y crecido en Nuevo Alberdi, en las afueras de Rosario.
Nunca nada había sido fácil. Excepto enamorarse de aquel chico. No supo bien de donde apareció, pero a partir de ese momento pasó a ocupar todo su mundo. Hasta que tuvo el primer atraso. La falta de su menstruación coincidió con la ausencia de su pareja.
Todo esto lo recordaba al compás del rechinar del viejo elástico de la cama que ocupaba. Allí se había enterado que estaba en trabajo de parto. Junto a ella había otra paciente, una mujer grande. Se la veía tranquila, más bien aburrida. Hasta había aprovechado una ausencia de las enfermeras para fumar un cigarrillo.
Milagros en cambio estaba muy asustada. Tanto los relatos de su madre como los de sus amigas, o de otras mujeres de la familia o del barrio, le anticipaban que ahora llegaría lo peor: dolor, sangre. Milagros hubiera deseado tener a alguien junto a ella, alguien que la quisiera un poco.
Gloria tiene 38 años. Hace dos que trabaja en la terminal de Once limpiando los baños. Nunca le gustó ese trabajo, pero al menos consiguió que no la echaran en todo ese tiempo, como había sucedido con los anteriores. Ella se esforzaba por hacer exactamente todo lo que le pedían. Pero igual llegaba ese día en que le “comunicaban que prescindirían de sus servicios”. Ella no usaba esas palabras, las había aprendido de tanto ser echada.
Ahora respondía las preguntas del policía que le tomaba declaración. Gloria había denunciado la presencia de un feto humano en uno de los baños. Sabía que a partir de ese hecho, otra vez iría a parar a la calle. Sabía que lo peor que podía hacerle a un patrón, era traerle problemas.
Gloria lloraba en silencia, en parte por su futuro cierto, y en parte pensando que habrá sido de la pobre chica que abortó.
Concepción tiene 64 años. Uno más y se jubila, por fin. Trabajaba como enfermera desde hacía más de 30 años, cuando en el hospital la promovieron de mucama a auxiliar. Estaba terminando de limpiar y acondicionar el quirófano de la guardia. Había quedado muy sucio y desprolijo luego del fallecimiento de esa chica morochita. Nunca la había visto por el hospital, seguro que no vivía en el barrio. Así sucedía con las mujeres que venían golpeadas, casi siempre por sus maridos. Consultaban en otro hospital, y si las cosas andaban bien, antes que cayera la policía, se fugaban. Pero esta chica no tuvo tiempo. Tenía un fuerte golpe en la cabeza y a la media hora de haber ingresado entró en coma. A Concepción le pareció una eternidad el tiempo que tardaron en llegar el neurólogo y el cirujano. Discutieron un rato si iban a operarla o no, cuando entró el Terapista y sugirió intubarla y ponerle asistencia respiratoria. Una hora después falleció. Recién entonces llegó la policía.
Concepción se sorprendió acariciándose una vieja cicatriz en su brazo derecho. Pero eso era otra cosa: su marido siempre la quiso.


MujeresSilvio Rodriguez

Me estremeció la mujer que empinaba a sus hijos
hacia la estrella de aquella otra madre mayor.
Y cómo los recogía del polvo teñidos
para enterrarlos debajo de su corazón.

Me estremeció la mujer del poeta, el caudillo,
siempre a la sombra y llenando un espacio vital.
Me estremeció la mujer que incendiaba los trillos
de la melena invencible de aquel alemán.

Me estremeció la muchacha
hija de aquel feroz continente
que se marchó de su casa
para otra de toda la gente.

Me han estremecido un montón de mujeres,
mujeres de fuego, mujeres de nieve.

Pero lo que me ha estremecido
hasta perder casi el sentido,
lo que a mi más me ha estremecido
son tus ojitos, mi hija, son tus ojitos divinos.

Me estremeció la mujer que parió once hijos
en el tiempo de la harina y un kilo de pan
y los miró endurecerse mascando carijos.
Me estremeció porque era mi abuela además.

Me estremecieron mujeres
que la historia anotó entre laureles.
Y otras desconocidas, gigantes,
que no hay libro que las aguante.

lunes, 2 de marzo de 2009

Sala de Espera. Lo que no llega al Consultorio



Por Mario Martínez

-Este premio debe ser asumido por todo el personal como un logro colectivo. Desde nuestra llegada a la Dirección buscamos afanosamente la excelencia, decía el director del hospital.
-Perdón, murmuró por lo bajo Antonio, ¿Dijo buscamos afanosamente o buscamos afanar?
-Vos mejor callate, le contestó Edgardo, son el menos indicado para hacer comentarios éticos.
-Che, hagan silencio, terminó Mariano, que todo el mundo se da vuelta.
El director siguió por un buen rato enumerando lo que en definitiva eran sus propias virtudes, esforzándose para que parezcan las de la institución que “tan dignamente conducía”.
Ya en el bar del hospital, Antonio volvió a la carga –En serio, ¿Ustedes creen que con toda la guita que vino de la fundación alcanzaba solamente para hacer esa investigación de cuarta? Además, que casualidad: los investigadores principales, o sea los que se llevaron los honorarios más altos, eran precisamente el director y su hijo.
-Te repito, insistió Edgardo, sos el menos indicado. Recuerdo perfectamente que hace dos años le pirateaste una monografía a una residente tuya, y la convertiste en el premio de las jornadas anuales del hospital. No tenés estatura moral para hacer ese comentario.
-Pido gancho, si que la tengo, replicó Antonio, puede ser que te reconozca que algo de pirateada hubo, eso si, sin micrófonos y sin testigos. Pero al menos no le saqué un mango a nadie.
-Che, otra vez ustedes dos, trató de mediar una vez más Mariano, van a conseguir que me caiga mal el café.
-No te confundas, aclaraba Edgardo, no es que yo esté en desacuerdo con lo que opina Antonio, solo me parece injusto que sea precisamente él el que se crea con derecho a juzgar. Pero está bien claro que el director se afanó, por las buenas o por las malas, la mayor parte de la guita de la donación.
-¿Y a vos que te preocupa? Le contestó Mariano, ¿Acaso la sacó de tu bolsillo?
-Ah, fenómeno, comenzó a impacientarse Edgardo, así que si no es mía la guita no tengo que preocuparme. ¿Y quién te asegura que un tipo así no te va a afanar a vos mismo, si se le presenta la oportunidad?
-¿A mi? Sobreactuó su ingenuidad Mariano, ¿Si yo nunca me meto con nadie?
-Precisamente, afirmó Edgardo, vos pasás todo el tiempo mirándote el ombligo. El resto del mundo puede acabarse que vos, seguís tranquilo.
-¿Y qué esperás? Continuó defendiéndose Mariano, ¿Qué hagamos como vos, que perdés el tiempo preocupándote por todo el mundo?
Edgardo en ese momento abandonó toda rigidez, y adquirió un tono intimista:-En todo caso, muchachos, yo elegí perder mi tiempo. En cambio ustedes, aceptaron que les robaran las esperanzas.



MILONGA DE LA GANZÚA (Los ladrones)
Letra de Raúl Gonzáles Tuñón
Música de Juan Carlos “Tata” Cedrón
Intérprete: Cuarteto Cedrón.

Recitado

Los ladrones usan gorra gris, bufanda oscura y camiseta a rayas, y sino, no...; algunos llevan una linterna sorda en el bolsillo.
Por otra parte, se enamoran de robustas muchachas, coleccionan tarjetas postales y, a veces, lucen un tatuaje en el brazo izquierdo, una flor, un barco y un nombre: Rosita. Todos los ladrones están enamorados de Rosita y yo también, Los ladrones saben silbar, bajarse de los coches en movimiento y bailar el vals. Aman sobretodo a su madre anciana y cuando esta se les muere cantan un tango, lloran desconsoladamente y de los objetos dejados por la muerta a repartirse entre los hermanos eligen... una virgen de plata y el canario.

Cantado

Vengan a verlos por la mañana
con la gorra hasta las orejas,
han desvalijado a las viejas
del asilo de las Hermanas.

Dilapidarán sus dineros
con mujeres y malandrinos
en tugurios y merenderos
en milongas y clandestinos,

Oirán un tango de Pracánico
y en lo del Pena, Ole con Ole
mientras sueñan con Rocambole
las muchachas en el Botánico

Del Parque Goal el payador
humedecerá sus mejillas
cantando sombrías coplillas
a la manera de Olivari.

A la noche, con la mamúa
irán de pura recalada
a besar la crencha angrasada
que cantó Carlos De La Púa

Y son humanos, inhumanos,
fatalistas, sentimentales,
inocentes como animales
y canallas como cristianos.

Ninguna angustia los desgarra,
cada cual vive como quiere,
cuando la madre se les muere
le ponen luto a la guitarra.

domingo, 1 de febrero de 2009

Sala de espera: Lo que no llega al consultorio


Por Mario Martínez

Omar se encontraba en la sala de médicos repasando por enésima vez la lista de elementos que llevaría al viaje.
Consiguió que lo aceptaran en el grupo a pesar de no ser pescador, por haber demostrado intachables antecedentes en la confección de asados y otros tipos de alimentos apetecibles.
Es que los del servicio de cirugía eran muy exigentes al respecto, y él era apenas un residente de primer año.
El caso del doctor Iparraguirre, del servicio de clínica médica, era absolutamente inverso. Él no había pedido participar del viaje, lo habían invitado. No se le conocía ningún antecedente respecto a la pesca. Y su propia esposa, la jefa de recursos humanos del hospital, decía que no servía para otra cosa que no fuera la medicina. Pero eso sí: era el único poseedor de una poderosa camioneta 4 x 4, que aseguraba a los pescadores poder arribar con éxito a los lugares más recónditos.
El grupo se completaba con dos pescadores de pura cepa: el doctor Chávez, jefe de cirugía, y el doctor Armendia, el anestesista más antiguo del servicio.
Justamente este último fue el encargado de convencer a Iparraguirre de sumarse con la camioneta.
Omar estaba sumamente intrigado acerca del mecanismo que había usado Armendia para convencer a Iparraguirre. Cuando en ese preciso momento, el primero ingresaba a la sala de médicos.
-Buenos días doctor.
-¿Qué hacés flaquito? ¿Qué son esos papeles?
-Estoy revisando la lista de las cosas que no me tengo que olvidar de llevar.
-Fijate bien, eh. Mirá que el único que tiene que pensar en la comida sos vos. Yo voy exclusivamente a pescar.
-Tranquilo doctor, le aseguro que hambre no van a pasar. Doctor: ¿Le puedo hacer una pregunta?
-Claro pibe.
-¿Cómo hizo para que Iparraguirre aflojara con la camioneta?
-Ah, eso. Mirá, empleo un sistema que bauticé “anestesia general inversa”
-¿Y eso?
-Fácil. Mirá: a mi me enseñaron que para controlar a un tipo y entregárselo mansito al cirujano, tenía primero que ponerlo a dormir, luego quitarle el dolor, y por último relajarlo. Bueno: cuando tengo que convencer a alguien, por más vasco que sea, procedo exactamente al revés: primero lo relajo, para que me tenga confianza; luego le saco el dolor, para así poder pedirle cualquier cosa; y por último, si bien no lo pongo a dormir, al menos le provoco amnesia, para que después no pueda reclamarme nada.
Omar quedó mirándolo, sin saber si debía creer lo que había escuchado.
De todas maneras, al otro día bien temprano se puso en marcha la caravana.
Caravana


(Tizol-Ellington) (Versión Horacio Malvicino Jazz Quinteto [Malvicino-Borraro-Giacobbe-Fernández-Picardi] Radio Municipal de Buenos Aires, abril de 1964, grabación realizada por Julio Álvarez Vieyra).

lunes, 26 de enero de 2009

Sala de Espera. Lo que no llega al Consultorio

Por Mario Martínez

-¿Estoy en el cielo? Preguntó Cecilia.
-No, estás en la terapia intensiva del hospital, le aclaró Rodolfo.
-Ah, se mostró asombrada Cecilia, que susto. Sos lo más parecido a un ángel que yo haya visto.
Rodolfo estaba desconcertado. Cecilia había entrado en coma hacía ya una semana, luego de una sobredosis de alcohol y drogas. Era la primera vez que abría los ojos, pero sorprendentemente se mostraba de buen humor.
Rodolfo era psicólogo. Había ido a la terapia intensiva a comunicarle algunas novedades al familiar de un paciente, cuando se enteró que Cecilia estaba dando señales de recuperar la conciencia. Y luego sucedió la anécdota del encuentro.
Se habían conocido en el servicio de salud mental. Cecilia no consultó voluntariamente, sino empujada por una amiga que se mostró muy preocupada por la adicción de Cecilia a las drogas. Rodolfo no consiguió establecer un buen vínculo terapéutico, y luego se enteró de su internación en terapia intensiva.
Él la entrevistó al día siguiente de recuperar la conciencia y pudo hablar con ella durante cuarenta y cinco minutos. Volvió a asombrarle su estado de ánimo. No solo parecía conservar la integridad de su sistema nervioso, sino, lo que para Rodolfo era aún más importante, no mostraba signos de la depresión que la había conducido a la sobredosis.
En un momento de la entrevista se dio un diálogo especialmente sorprendente:
-¿No te asombra que luego de haber pensado en suicidarte, estés de tan buen humor? Preguntó Rodolfo.
-Creo que me subí al arco iris, respondió Cecilia.
-¿Cómo?
-Claro. Fijate: en medio de la tormenta, cuando está muy nublado y llueve a cántaros, basta que se abra un huequito de luz en el cielo, para que aparezca el arco iris. Es como un camino que te lleva a la luz. Por eso te digo, creo que me subí al arco iris.
Era la segunda vez que lo desconcertaba.
Continuó entrevistándola varias veces más, comprobando su progresiva mejoría. Una vez dada de alta continuó viéndola, pero ya no como terapeuta. Era demasiado evidente que esa función era la que peor cumplía.
-Que me compararas con un ángel fue el piropo más lindo que me dijeron, le confesó Rodolfo esa tarde mientras paseaban por el Rosedal.
-Si algún día volvés de la muerte me vas a dar la razón, le disparó Cecilia con su ácida honestidad.
-Espero no necesitar pasar por la experiencia, aclaró Rodolfo. -¿Querés que te acompañe mañana a la consulta con el psiquiatra?
-No, para nada, respondió Cecilia. –Con un locólogo por vez me alcanza. ¿Por qué mejor no me pedís que te acompañe a visitar el cielo?
-Al cielo no se si llego. Pero seguro que subo con vos hasta el arco iris.

sábado, 10 de enero de 2009

Sala de Espera: Lo que no llega al consultorio


Por Mario Martínez

Salud y Vacaciones
Andrea es Licenciada en Terapia Ocupacional. Si bien trabaja en equipo, en la única en su especialidad en el Hospital. Por lo tanto, el momento de tener que conseguir que le concedan sus vacaciones es el más agotador del año.
Nunca parece ser oportuno y propicio el momento.
El Dr. Costa es el jefe de Neurología y el superior inmediato de Andrea. Debía conseguir que él le firmara la planilla. El Dr. Costa no conocía muy bien el trabajo que hacía Andrea, por lo tanto ella no estaba dentro de sus prioridades.
-Buenos días doctor, ¿Le puedo robar un minutito?
-¿Qué necesita Licenciada?
-Necesito su firma en mi planilla de vacaciones.
-Déjeme ver…
Andrea esperó pacientemente que el Dr. Costa examinara la planilla, y finalmente se la devolvió firmada. Se disponía a llevarla ella misma a la oficina de personal.
-Vas a tener que pedirle la firma al jefe de Kinesiología también, es la orden que recibí, le explicó la chica de la ventanilla de personal.
Fue la peor noticia que podrían haberle dado. Rodrigo, el jefe de Kinesiología, había sido su pareja. Y no habían terminado nada bien.
-¡Andreíta! ¡Que sorpresa vos por acá!
-Rodrigo, buenos días. Si tenés un minuto, necesito que me firmes la planilla de vacaciones.
-¿Y cuándo te vas?
-La segunda quincena de febrero.
-¿Te vas otra vez con tu hermana y tus sobrinos?
-No, no voy a la costa.
-¿Y a dónde vas, che?
-A Bariloche.
-¿Te acordás cuando te invité a Bariloche y no quisiste ir?
-En aquel momento no podía, tenía a mi viejo internado.
-Bueno, si fuera por eso no podrías ir nunca a ningún lado, a tu viejo lo internan cada dos por tres.
-Por eso, aprovecho que ahora está muy bien. Él si va a ir unos días a la costa con mi hermana.
-Che, que no abuse. ¿Y si se descompensa? ¿Mirá si te arruina otra vez las vacaciones? Así no vas a conocer nunca Bariloche…
-Rodrigo: que tal si dejás de darme aliento y me firmas la planilla.
-Bueno che, que carácter… Mirá que a lo mejor no te la firmo…
Andrea eligió guardar silencio.
Rodrigo procedió a leer y finalmente firmar la planilla.
-Tomá, ya está. Yo voy a ver si paso unos días en Punta del Este. ¿Ahí no fuimos nunca vos y yo, no?
-Si, fuimos. Vos y yo, Rodrigo, ya fuimos.


Fuimos
(Homero Manzi-1945)

Fui como una lluvia de cenizas y fatigas
en las horas resignadas de tu vida...
Gota de vinagre derramada,
fatalmente derramada, sobre todas tus heridas.
Fuiste por mi culpa golondrina entre la nieve
rosa marchitada por la nube que no llueve.
Fuimos la esperanza que no llega, que no alcanza
que no puede vislumbrar su tarde mansa.
Fuimos el viajero que no implora, que no reza,
que no llora, que se echó a morir.

¡Vete...!
¿No comprendes que te estás matando?
¿No comprendes que te estoy llamando?
¡Vete...!
No me beses que te estoy llorando
¡Y quisiera no llorarte más!
¿No ves?,
es mejor que mi dolor
quede tirado con tu amor
librado de mi amor final
¡Vete!,
¿No comprendes que te estoy salvando?
¿No comprendes que te estoy amando?
¡No me sigas, ni me llames, ni me beses
ni me llores, ni me quieras más!

Fuimos abrazados a la angustia de un presagio
por la noche de un camino sin salidas,
pálidos despojos de un naufragio
sacudidos por las olas del amor y de la vida.
Fuimos empujados en un viento desolado...
sombras de una sombra que tornaba del pasado.
Fuimos la esperanza que no llega, que no alcanza,
que no puede vislumbrar su tarde mansa.
Fuimos el viajero que no implora, que no reza,
que no llora, que se echó a morir.

lunes, 5 de enero de 2009

Sala de Espera. Lo que no llega al Consultorio


por Mario Martínez

Enrique ordenaba las órdenes médicas del día, de ese día, del último día del año.
Nunca había entendido bien por qué, pero ese día tenía algo de especial, de particular. Había una promesa latiendo por allí, no sabía bien por dónde, como si la posibilidad de que ocurriera algo hubiese aumentado.
Sería por eso que ponía una especial atención en lo que hacía. Como para casi no darse cuenta de la presencia del señor Migueles.
El señor Migueles era el personaje más famoso del centro de salud. Todos lo conocían, pero nadie deseaba cruzarse con él.
Tenía fama de pesado, cargoso. Algunos ni siquiera lo habían atendido, pero igual describían con detalle sus manías.
Enrique había quedado solo en el centro, era el último en irse. No tenía escapatoria.
-Buenas tardes señor Migueles. O casi tendría que decirle buenas noches. ¿Lo puedo ayudar en algo?
-Quería ver al Dr. González, respondió Migueles.
-El Dr. González ya se fue, aclaró Enrique. Todos se fueron, yo me quedé cerrando. Va a tener que volver el lunes.
-¡Ay, que problema! Exclamó Migueles. –Yo necesitaba verlo hoy sin falta ¿Sabe?
-Si, me imagino, pero no va a poder ser. ¿Se quedó sin recetas?
-No, igual ahora ya no me hacen falta. Mi esposa falleció ayer. Hoy la enterramos.
Enrique sintió que su cara empalidecía. Tenía muchos años de atención al público, pero en ese momento no sabía como seguir. Hubiera deseado cerrar los ojos y despertar en otro lado. Pero eso no sucedería así.
-No sabe cuanto lo siento, ensayó Enrique. Creíamos que no era tan grave.
-¿Vio? Yo tampoco. Pero me dejó, después de tantos años. La pobre no solo tuvo que luchar contra esa terrible enfermedad. Encima me tuvo que aguantar a mí.
-No diga eso, don Migueles, usted hizo todo lo que se pudo.
-Puede ser. Pero su enfermedad se me volvió intolerable ¡Hasta me cambió el carácter! ¿Usted cree que yo no se que soy insoportable? Mi esposa, la persona que más me quiso, fue la única que tuvo la valentía de decírmelo. Le juro que yo trataba de estar mejor. Pero me resultaba imposible. Las noches se hacían tan largas, era tan difícil estar en casa escuchándola quejarse, que el único consuelo que me quedaba era ir al médico, a la farmacia, a cualquier lado, a charlar de cualquier cosa, con tal de que el tiempo pasara.
Enrique recién ahora creyó entender a ese hombre que sufría.
-¿Para qué necesitaba ver al Dr. González? Le preguntó.
-Yo le traía un regalo. Necesitaba demostrarle todo lo agradecido que estoy. Pero hoy fue un día muy difícil para mí. Cuando me quise acordar se me había pasado la hora. Igual decidí venir, pero era casi seguro que no lo iba a encontrar. ¿Le molestaría mucho entregárselo usted el lunes? Yo no se si voy a poder venir.
Enrique dio la vuelta al mostrador, y lo estrechó en un fuerte abrazo.


Años(Pablo Milanes-1975)

El tiempo pasa,
nos vamos poniendo viejos
y el amor no lo reflejo, como ayer.
En cada conversación,
cada beso, cada abrazo,
se impone siempre un pedazo de razón.

Pasan los años,
y cómo cambia lo que yo siento;
lo que ayer era amor
se va volviendo otro sentimiento.
Porque años atrás
tomar tu mano, robarte un beso,
sin forzar un momento
formaban parte de una verdad.

El tiempo pasa,
nos vamos poniendo viejos
y el amor no lo reflejo, como ayer.
En cada conversación,
cada beso, cada abrazo,
se impone siempre un pedazo de temor.

Vamos viviendo,
viendo las horas, que van muriendo,
las viejas discusiones se van perdiendo
entre las razones.
A todo dices que sí,
a nada digo que no,
para poder construir la tremenda armonía,
que pone viejos, los corazones.

El tiempo pasa,
nos vamos poniendo viejos
y el amor no lo reflejo, como ayer.
En cada conversación,
cada beso, cada abrazo,
se impone siempre un pedazo de razón.

Feliz 2009!!

Que en este 2009 que comienza la solidaridad y el compromiso compartido nos permitan construir una comunidad mas sana, mas feliz.
Es el deseo de los IM-PACIENTES

Sala de Espera. Lo que no llega al Consultorio

Por Mario Martínez

Apelando una vez más a la memoria de nuestros radio-escuchas, en el episodio anterior se estaba llevando a cabo la cena de camaradería entre el personal del hospital, aquel en el que Antonio, el subjefe de clínica médica, había presentado ante la gremial profesional un planteo ético contra el jefe de su mismo servicio, siendo este último el hijo del director del hospital.
El tribunal de ética se encontraba sesionando, tal como lo había anunciado, una vez superadas las fiestas de fin de año. Estaba integrado por tres personas: el Dr. García, jefe de cirugía, en carácter de presidente del tribunal, el Dr. Lezama, jefe de radiología y la Lic. Girolamo, jefa de laboratorio.
Si bien Edgardo, el representante de la minoría, no era integrante del tribunal, en su condición de vocal podía participar con voz pero sin voto.
Tomó la palabra el presidente del tribunal: -Colegas, hemos reunido los antecedentes del caso, y se han recibido todos los aportes. Tuvimos tiempo de leer el material, resta que nos expidamos. Los invito a dar su parecer al respecto, luego yo daré el mío personal.
-El subjefe del servicio de clínica médica, arrancó la jefa de laboratorio, plantea que su jefe tiene comportamientos autoritarios, ya que basa sus decisiones en sus personales impresiones y gustos, sin tener en cuenta los antecedentes y capacidades de los integrantes del servicio. Lo dice no solo por haberlo padecido personalmente, sino incluso por otros casos vinculados a distintos integrantes del servicio. Pero la lectura de los testimonios no permite aseverar esos dichos. Solo uno de los declarantes confirmó que fue postergado en una promoción en la que satisfizo largamente los requisitos.
-Bueno, intervino el jefe de radiología, en un caso como el que nos ocupa el número no debiera ser el primer criterio. Aún un solo testimonio a favor debiera hacernos pensar que la denuncia está en lo cierto. ¿Vos García, qué opinás?
-La Lic. Girolamo hace referencia a que, habiéndose tomado varias declaraciones, solo una confirma la denuncia. En lo personal también me parece que para decidir una sanción de tipo ético el número es relevante.
-Si me permiten, intervino Edgardo, me gustaría que conste en actas que el número de declaraciones que no apoyan la denuncia fueron tres. Esto es, hay un total de cuatro declaraciones, una confirmando la denuncia, y tres no.
-Pero doctor, lo chicaneó el presidente, ¿Entonces usted no cree en la soberanía de las mayorías?
-Por supuesto que si doctor. Por eso opino que cuatro declaraciones, en una institución donde trabajan más de doscientas personas, son poco representativas.
-De todas maneras, es el material con el que contamos, y lo único que debe decidir nuestro veredicto. Yo reitero que opino igual que la Lic. Girolamo, por lo tanto, dejaríamos sin efecto la denuncia.
Edgardo recordó cuando un gran número de sus compañeros lo propuso para formar parte de la gremial. ¿Dónde estaban ahora? ¿Por qué se sentía tan solo?


Desencuentro(Cátulo Castillo y Aníbal Carmelo Troilo)

Estás desorientado y no sabés
qué “trole” hay que tomar para seguir.
Y en ese desencuentro con la fe
querés cruzar el mar y no podés.
La araña que salvaste te picó
¡Qué vas a hacer!
Y el hombre que ayudaste te hizo mal
¡Dale que va!
Y todo el carnaval
gritando pisoteó
la mano fraternal
que Dios te dio.

¡Qué desencuentro!
¡Si hasta Dios está lejano!
Sangrás por dentro,
todo es cuento, todo es vil.
En un corso a contramano
un grupí trampeó a Jesús…
No te fíes ni de tu hermano,
se te cuelgan de la cruz…

Quisiste con ternura, y el amor
te devoró de atrás hasta el riñón.
Se rieron de tu abrazo y ahí nomás
te hundieron con rencor todo el arpón
Amargo desencuentro, porque ves
que es al revés…
Creíste en la honradez y en la moral…
¡Qué estupidez!
Por eso en tu total
fracaso de vivir,
ni el tiro del final
te va a salir.