lunes, 5 de enero de 2009

Sala de Espera. Lo que no llega al Consultorio


por Mario Martínez

Enrique ordenaba las órdenes médicas del día, de ese día, del último día del año.
Nunca había entendido bien por qué, pero ese día tenía algo de especial, de particular. Había una promesa latiendo por allí, no sabía bien por dónde, como si la posibilidad de que ocurriera algo hubiese aumentado.
Sería por eso que ponía una especial atención en lo que hacía. Como para casi no darse cuenta de la presencia del señor Migueles.
El señor Migueles era el personaje más famoso del centro de salud. Todos lo conocían, pero nadie deseaba cruzarse con él.
Tenía fama de pesado, cargoso. Algunos ni siquiera lo habían atendido, pero igual describían con detalle sus manías.
Enrique había quedado solo en el centro, era el último en irse. No tenía escapatoria.
-Buenas tardes señor Migueles. O casi tendría que decirle buenas noches. ¿Lo puedo ayudar en algo?
-Quería ver al Dr. González, respondió Migueles.
-El Dr. González ya se fue, aclaró Enrique. Todos se fueron, yo me quedé cerrando. Va a tener que volver el lunes.
-¡Ay, que problema! Exclamó Migueles. –Yo necesitaba verlo hoy sin falta ¿Sabe?
-Si, me imagino, pero no va a poder ser. ¿Se quedó sin recetas?
-No, igual ahora ya no me hacen falta. Mi esposa falleció ayer. Hoy la enterramos.
Enrique sintió que su cara empalidecía. Tenía muchos años de atención al público, pero en ese momento no sabía como seguir. Hubiera deseado cerrar los ojos y despertar en otro lado. Pero eso no sucedería así.
-No sabe cuanto lo siento, ensayó Enrique. Creíamos que no era tan grave.
-¿Vio? Yo tampoco. Pero me dejó, después de tantos años. La pobre no solo tuvo que luchar contra esa terrible enfermedad. Encima me tuvo que aguantar a mí.
-No diga eso, don Migueles, usted hizo todo lo que se pudo.
-Puede ser. Pero su enfermedad se me volvió intolerable ¡Hasta me cambió el carácter! ¿Usted cree que yo no se que soy insoportable? Mi esposa, la persona que más me quiso, fue la única que tuvo la valentía de decírmelo. Le juro que yo trataba de estar mejor. Pero me resultaba imposible. Las noches se hacían tan largas, era tan difícil estar en casa escuchándola quejarse, que el único consuelo que me quedaba era ir al médico, a la farmacia, a cualquier lado, a charlar de cualquier cosa, con tal de que el tiempo pasara.
Enrique recién ahora creyó entender a ese hombre que sufría.
-¿Para qué necesitaba ver al Dr. González? Le preguntó.
-Yo le traía un regalo. Necesitaba demostrarle todo lo agradecido que estoy. Pero hoy fue un día muy difícil para mí. Cuando me quise acordar se me había pasado la hora. Igual decidí venir, pero era casi seguro que no lo iba a encontrar. ¿Le molestaría mucho entregárselo usted el lunes? Yo no se si voy a poder venir.
Enrique dio la vuelta al mostrador, y lo estrechó en un fuerte abrazo.


Años(Pablo Milanes-1975)

El tiempo pasa,
nos vamos poniendo viejos
y el amor no lo reflejo, como ayer.
En cada conversación,
cada beso, cada abrazo,
se impone siempre un pedazo de razón.

Pasan los años,
y cómo cambia lo que yo siento;
lo que ayer era amor
se va volviendo otro sentimiento.
Porque años atrás
tomar tu mano, robarte un beso,
sin forzar un momento
formaban parte de una verdad.

El tiempo pasa,
nos vamos poniendo viejos
y el amor no lo reflejo, como ayer.
En cada conversación,
cada beso, cada abrazo,
se impone siempre un pedazo de temor.

Vamos viviendo,
viendo las horas, que van muriendo,
las viejas discusiones se van perdiendo
entre las razones.
A todo dices que sí,
a nada digo que no,
para poder construir la tremenda armonía,
que pone viejos, los corazones.

El tiempo pasa,
nos vamos poniendo viejos
y el amor no lo reflejo, como ayer.
En cada conversación,
cada beso, cada abrazo,
se impone siempre un pedazo de razón.

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