miércoles, 4 de noviembre de 2009

SALA DE ESPERA: Lo que no llega al consultorio...


Por Mario Martínez

“¿Por qué el espejo insiste en devolverme siempre la misma estúpida imagen? ¿Por qué cuándo alguien dice mi nombre tengo que responder? ¿Por qué todos insisten con la historia de mi locura? ¿Por qué es tan importante para los demás que yo esté viviendo la misma vida que viven ellos? ¿Por qué no puedo entrar a los baños de varones, si voy a hacer las mismas cosas que hacen ellos?”
Rafael, además de ejercer la psiquiatría en el hospital, atendía dos veces por semana en un sanatorio neuropsiquiátrico. Allí se encontraba ahora leyendo los cuadernos de Sara.
La historia de Sara era un poco la historia de la segunda mitad del siglo XX en la Argentina: integrante de la juventud maravillosa de los años setenta, fue luego demonizada, perseguida, secuestrada, torturada.
Sobrevivió de milagro. Pero no consiguió hacerlo entera. Una parte de ella se quedó para siempre en la rebeldía.
“Si Evita viviera, sería montonera. Si yo viviera, sería un hombre. Si yo fuera un hombre, me buscaría para amarme. Si yo fuera amada, sería feliz. Si yo fuese feliz, me iría lejos con mi hombre que me ama solo a mí. Si yo estuviera lejos, este manicomio sería inútil. Si yo estuviera lejos, y fuera feliz con mi hombre que me ama solo a mi, Evita viviría”.
Rafael trataba de comprenderla en medio del delirio. La habitación de Sara estaba cubierta de cuadernos llenos de frases como esas.
“Francamente general: ¿Qué esperaba usted de nosotros? ¿Qué esperábamos nosotros de usted? ¿Qué esperó el pueblo durante dieciocho años? ¿Qué esperaban los burócratas? ¿Qué esperaban los milicos? ¿Qué esperaban los curas conservadores? ¿Qué esperaban los curas del tercer mundo? ¿Qué esperaba mi mamá? ¿Por qué nos esperó la muerte? ¿Por qué mi compañero se tragó el cianuro?”
Rafael era unos pocos años menor que Sara, pero si se tomaba el trabajo de ordenar los cuadernos (¿Qué era el orden a esas alturas?), tenía el mejor relato de aquellos años.
“¿Qué pasa, general, que está lleno de gorilas el gobierno popular? Lleno de gorilas el gobierno, lleno de gorilas la Catedral, lleno de gorilas la Sociedad Rural, lleno de gorilas el Teatro Colón, lleno de gorilas el aeropuerto de Ezeiza. Y no puedo salir. Y no llega mi hombre. Y llega la patota. Y la patada en la boca. Y el baúl del auto. Y la picana. Y mi sangre. Y yo lloro, lloro, lloro, lloro, lloro….”
Rafael se cuestiona si los medicamentos la están ayudando a Sara, o le están robando el único espacio de libertad que ella pudo fabricarse en todo este tiempo.
“Llevo en mis oídos la más maravillosa música. Llevo en mis ojos la oscuridad de la capucha. Llevo en mis pechos el ardor de la picana. Llevo en mi boca el ardor de la picana. Llevo en mis ingles el ardor de la picana. Llevo entre mis piernas la más asquerosa violación. Llevo en mi estómago la más violenta patada que me deja sin aire. Y yo solo quería verlos sonreír, verlos sonreír, verlos sonreír”.


En el hospicio
(Pastoral)

Quiero atrapar el sol
en una pared desierta.
Me siento tan libre que
hasta me ahoga esa idea.
Me hace mal la realidad
de saber que el perro es perro
y nada más.

Quiero descolgar al sol,
chapalear entre las hojas,
estirar mi soledad,
correr entre los pasillos
y buscar la realidad
de que el perro no sea perro
y nada más.

Encierro real;
claustro de barro.
Solo sombras,
sombras.

Porque supe al despertar
que mis sueños eran ciertos
y mi propia realidad
supera la fantasía
de ser vos la fuerza que
de la nada hizo vida y me la dio.

Porque me dejan pensar
en toda esa gente humana
y después, para jugar,
hasta me atan a mi cama.
Puedo ver la realidad
de que el perro sea perro
y nada más.