lunes, 26 de enero de 2009

Sala de Espera. Lo que no llega al Consultorio

Por Mario Martínez

-¿Estoy en el cielo? Preguntó Cecilia.
-No, estás en la terapia intensiva del hospital, le aclaró Rodolfo.
-Ah, se mostró asombrada Cecilia, que susto. Sos lo más parecido a un ángel que yo haya visto.
Rodolfo estaba desconcertado. Cecilia había entrado en coma hacía ya una semana, luego de una sobredosis de alcohol y drogas. Era la primera vez que abría los ojos, pero sorprendentemente se mostraba de buen humor.
Rodolfo era psicólogo. Había ido a la terapia intensiva a comunicarle algunas novedades al familiar de un paciente, cuando se enteró que Cecilia estaba dando señales de recuperar la conciencia. Y luego sucedió la anécdota del encuentro.
Se habían conocido en el servicio de salud mental. Cecilia no consultó voluntariamente, sino empujada por una amiga que se mostró muy preocupada por la adicción de Cecilia a las drogas. Rodolfo no consiguió establecer un buen vínculo terapéutico, y luego se enteró de su internación en terapia intensiva.
Él la entrevistó al día siguiente de recuperar la conciencia y pudo hablar con ella durante cuarenta y cinco minutos. Volvió a asombrarle su estado de ánimo. No solo parecía conservar la integridad de su sistema nervioso, sino, lo que para Rodolfo era aún más importante, no mostraba signos de la depresión que la había conducido a la sobredosis.
En un momento de la entrevista se dio un diálogo especialmente sorprendente:
-¿No te asombra que luego de haber pensado en suicidarte, estés de tan buen humor? Preguntó Rodolfo.
-Creo que me subí al arco iris, respondió Cecilia.
-¿Cómo?
-Claro. Fijate: en medio de la tormenta, cuando está muy nublado y llueve a cántaros, basta que se abra un huequito de luz en el cielo, para que aparezca el arco iris. Es como un camino que te lleva a la luz. Por eso te digo, creo que me subí al arco iris.
Era la segunda vez que lo desconcertaba.
Continuó entrevistándola varias veces más, comprobando su progresiva mejoría. Una vez dada de alta continuó viéndola, pero ya no como terapeuta. Era demasiado evidente que esa función era la que peor cumplía.
-Que me compararas con un ángel fue el piropo más lindo que me dijeron, le confesó Rodolfo esa tarde mientras paseaban por el Rosedal.
-Si algún día volvés de la muerte me vas a dar la razón, le disparó Cecilia con su ácida honestidad.
-Espero no necesitar pasar por la experiencia, aclaró Rodolfo. -¿Querés que te acompañe mañana a la consulta con el psiquiatra?
-No, para nada, respondió Cecilia. –Con un locólogo por vez me alcanza. ¿Por qué mejor no me pedís que te acompañe a visitar el cielo?
-Al cielo no se si llego. Pero seguro que subo con vos hasta el arco iris.

sábado, 10 de enero de 2009

Sala de Espera: Lo que no llega al consultorio


Por Mario Martínez

Salud y Vacaciones
Andrea es Licenciada en Terapia Ocupacional. Si bien trabaja en equipo, en la única en su especialidad en el Hospital. Por lo tanto, el momento de tener que conseguir que le concedan sus vacaciones es el más agotador del año.
Nunca parece ser oportuno y propicio el momento.
El Dr. Costa es el jefe de Neurología y el superior inmediato de Andrea. Debía conseguir que él le firmara la planilla. El Dr. Costa no conocía muy bien el trabajo que hacía Andrea, por lo tanto ella no estaba dentro de sus prioridades.
-Buenos días doctor, ¿Le puedo robar un minutito?
-¿Qué necesita Licenciada?
-Necesito su firma en mi planilla de vacaciones.
-Déjeme ver…
Andrea esperó pacientemente que el Dr. Costa examinara la planilla, y finalmente se la devolvió firmada. Se disponía a llevarla ella misma a la oficina de personal.
-Vas a tener que pedirle la firma al jefe de Kinesiología también, es la orden que recibí, le explicó la chica de la ventanilla de personal.
Fue la peor noticia que podrían haberle dado. Rodrigo, el jefe de Kinesiología, había sido su pareja. Y no habían terminado nada bien.
-¡Andreíta! ¡Que sorpresa vos por acá!
-Rodrigo, buenos días. Si tenés un minuto, necesito que me firmes la planilla de vacaciones.
-¿Y cuándo te vas?
-La segunda quincena de febrero.
-¿Te vas otra vez con tu hermana y tus sobrinos?
-No, no voy a la costa.
-¿Y a dónde vas, che?
-A Bariloche.
-¿Te acordás cuando te invité a Bariloche y no quisiste ir?
-En aquel momento no podía, tenía a mi viejo internado.
-Bueno, si fuera por eso no podrías ir nunca a ningún lado, a tu viejo lo internan cada dos por tres.
-Por eso, aprovecho que ahora está muy bien. Él si va a ir unos días a la costa con mi hermana.
-Che, que no abuse. ¿Y si se descompensa? ¿Mirá si te arruina otra vez las vacaciones? Así no vas a conocer nunca Bariloche…
-Rodrigo: que tal si dejás de darme aliento y me firmas la planilla.
-Bueno che, que carácter… Mirá que a lo mejor no te la firmo…
Andrea eligió guardar silencio.
Rodrigo procedió a leer y finalmente firmar la planilla.
-Tomá, ya está. Yo voy a ver si paso unos días en Punta del Este. ¿Ahí no fuimos nunca vos y yo, no?
-Si, fuimos. Vos y yo, Rodrigo, ya fuimos.


Fuimos
(Homero Manzi-1945)

Fui como una lluvia de cenizas y fatigas
en las horas resignadas de tu vida...
Gota de vinagre derramada,
fatalmente derramada, sobre todas tus heridas.
Fuiste por mi culpa golondrina entre la nieve
rosa marchitada por la nube que no llueve.
Fuimos la esperanza que no llega, que no alcanza
que no puede vislumbrar su tarde mansa.
Fuimos el viajero que no implora, que no reza,
que no llora, que se echó a morir.

¡Vete...!
¿No comprendes que te estás matando?
¿No comprendes que te estoy llamando?
¡Vete...!
No me beses que te estoy llorando
¡Y quisiera no llorarte más!
¿No ves?,
es mejor que mi dolor
quede tirado con tu amor
librado de mi amor final
¡Vete!,
¿No comprendes que te estoy salvando?
¿No comprendes que te estoy amando?
¡No me sigas, ni me llames, ni me beses
ni me llores, ni me quieras más!

Fuimos abrazados a la angustia de un presagio
por la noche de un camino sin salidas,
pálidos despojos de un naufragio
sacudidos por las olas del amor y de la vida.
Fuimos empujados en un viento desolado...
sombras de una sombra que tornaba del pasado.
Fuimos la esperanza que no llega, que no alcanza,
que no puede vislumbrar su tarde mansa.
Fuimos el viajero que no implora, que no reza,
que no llora, que se echó a morir.

lunes, 5 de enero de 2009

Sala de Espera. Lo que no llega al Consultorio


por Mario Martínez

Enrique ordenaba las órdenes médicas del día, de ese día, del último día del año.
Nunca había entendido bien por qué, pero ese día tenía algo de especial, de particular. Había una promesa latiendo por allí, no sabía bien por dónde, como si la posibilidad de que ocurriera algo hubiese aumentado.
Sería por eso que ponía una especial atención en lo que hacía. Como para casi no darse cuenta de la presencia del señor Migueles.
El señor Migueles era el personaje más famoso del centro de salud. Todos lo conocían, pero nadie deseaba cruzarse con él.
Tenía fama de pesado, cargoso. Algunos ni siquiera lo habían atendido, pero igual describían con detalle sus manías.
Enrique había quedado solo en el centro, era el último en irse. No tenía escapatoria.
-Buenas tardes señor Migueles. O casi tendría que decirle buenas noches. ¿Lo puedo ayudar en algo?
-Quería ver al Dr. González, respondió Migueles.
-El Dr. González ya se fue, aclaró Enrique. Todos se fueron, yo me quedé cerrando. Va a tener que volver el lunes.
-¡Ay, que problema! Exclamó Migueles. –Yo necesitaba verlo hoy sin falta ¿Sabe?
-Si, me imagino, pero no va a poder ser. ¿Se quedó sin recetas?
-No, igual ahora ya no me hacen falta. Mi esposa falleció ayer. Hoy la enterramos.
Enrique sintió que su cara empalidecía. Tenía muchos años de atención al público, pero en ese momento no sabía como seguir. Hubiera deseado cerrar los ojos y despertar en otro lado. Pero eso no sucedería así.
-No sabe cuanto lo siento, ensayó Enrique. Creíamos que no era tan grave.
-¿Vio? Yo tampoco. Pero me dejó, después de tantos años. La pobre no solo tuvo que luchar contra esa terrible enfermedad. Encima me tuvo que aguantar a mí.
-No diga eso, don Migueles, usted hizo todo lo que se pudo.
-Puede ser. Pero su enfermedad se me volvió intolerable ¡Hasta me cambió el carácter! ¿Usted cree que yo no se que soy insoportable? Mi esposa, la persona que más me quiso, fue la única que tuvo la valentía de decírmelo. Le juro que yo trataba de estar mejor. Pero me resultaba imposible. Las noches se hacían tan largas, era tan difícil estar en casa escuchándola quejarse, que el único consuelo que me quedaba era ir al médico, a la farmacia, a cualquier lado, a charlar de cualquier cosa, con tal de que el tiempo pasara.
Enrique recién ahora creyó entender a ese hombre que sufría.
-¿Para qué necesitaba ver al Dr. González? Le preguntó.
-Yo le traía un regalo. Necesitaba demostrarle todo lo agradecido que estoy. Pero hoy fue un día muy difícil para mí. Cuando me quise acordar se me había pasado la hora. Igual decidí venir, pero era casi seguro que no lo iba a encontrar. ¿Le molestaría mucho entregárselo usted el lunes? Yo no se si voy a poder venir.
Enrique dio la vuelta al mostrador, y lo estrechó en un fuerte abrazo.


Años(Pablo Milanes-1975)

El tiempo pasa,
nos vamos poniendo viejos
y el amor no lo reflejo, como ayer.
En cada conversación,
cada beso, cada abrazo,
se impone siempre un pedazo de razón.

Pasan los años,
y cómo cambia lo que yo siento;
lo que ayer era amor
se va volviendo otro sentimiento.
Porque años atrás
tomar tu mano, robarte un beso,
sin forzar un momento
formaban parte de una verdad.

El tiempo pasa,
nos vamos poniendo viejos
y el amor no lo reflejo, como ayer.
En cada conversación,
cada beso, cada abrazo,
se impone siempre un pedazo de temor.

Vamos viviendo,
viendo las horas, que van muriendo,
las viejas discusiones se van perdiendo
entre las razones.
A todo dices que sí,
a nada digo que no,
para poder construir la tremenda armonía,
que pone viejos, los corazones.

El tiempo pasa,
nos vamos poniendo viejos
y el amor no lo reflejo, como ayer.
En cada conversación,
cada beso, cada abrazo,
se impone siempre un pedazo de razón.

Feliz 2009!!

Que en este 2009 que comienza la solidaridad y el compromiso compartido nos permitan construir una comunidad mas sana, mas feliz.
Es el deseo de los IM-PACIENTES

Sala de Espera. Lo que no llega al Consultorio

Por Mario Martínez

Apelando una vez más a la memoria de nuestros radio-escuchas, en el episodio anterior se estaba llevando a cabo la cena de camaradería entre el personal del hospital, aquel en el que Antonio, el subjefe de clínica médica, había presentado ante la gremial profesional un planteo ético contra el jefe de su mismo servicio, siendo este último el hijo del director del hospital.
El tribunal de ética se encontraba sesionando, tal como lo había anunciado, una vez superadas las fiestas de fin de año. Estaba integrado por tres personas: el Dr. García, jefe de cirugía, en carácter de presidente del tribunal, el Dr. Lezama, jefe de radiología y la Lic. Girolamo, jefa de laboratorio.
Si bien Edgardo, el representante de la minoría, no era integrante del tribunal, en su condición de vocal podía participar con voz pero sin voto.
Tomó la palabra el presidente del tribunal: -Colegas, hemos reunido los antecedentes del caso, y se han recibido todos los aportes. Tuvimos tiempo de leer el material, resta que nos expidamos. Los invito a dar su parecer al respecto, luego yo daré el mío personal.
-El subjefe del servicio de clínica médica, arrancó la jefa de laboratorio, plantea que su jefe tiene comportamientos autoritarios, ya que basa sus decisiones en sus personales impresiones y gustos, sin tener en cuenta los antecedentes y capacidades de los integrantes del servicio. Lo dice no solo por haberlo padecido personalmente, sino incluso por otros casos vinculados a distintos integrantes del servicio. Pero la lectura de los testimonios no permite aseverar esos dichos. Solo uno de los declarantes confirmó que fue postergado en una promoción en la que satisfizo largamente los requisitos.
-Bueno, intervino el jefe de radiología, en un caso como el que nos ocupa el número no debiera ser el primer criterio. Aún un solo testimonio a favor debiera hacernos pensar que la denuncia está en lo cierto. ¿Vos García, qué opinás?
-La Lic. Girolamo hace referencia a que, habiéndose tomado varias declaraciones, solo una confirma la denuncia. En lo personal también me parece que para decidir una sanción de tipo ético el número es relevante.
-Si me permiten, intervino Edgardo, me gustaría que conste en actas que el número de declaraciones que no apoyan la denuncia fueron tres. Esto es, hay un total de cuatro declaraciones, una confirmando la denuncia, y tres no.
-Pero doctor, lo chicaneó el presidente, ¿Entonces usted no cree en la soberanía de las mayorías?
-Por supuesto que si doctor. Por eso opino que cuatro declaraciones, en una institución donde trabajan más de doscientas personas, son poco representativas.
-De todas maneras, es el material con el que contamos, y lo único que debe decidir nuestro veredicto. Yo reitero que opino igual que la Lic. Girolamo, por lo tanto, dejaríamos sin efecto la denuncia.
Edgardo recordó cuando un gran número de sus compañeros lo propuso para formar parte de la gremial. ¿Dónde estaban ahora? ¿Por qué se sentía tan solo?


Desencuentro(Cátulo Castillo y Aníbal Carmelo Troilo)

Estás desorientado y no sabés
qué “trole” hay que tomar para seguir.
Y en ese desencuentro con la fe
querés cruzar el mar y no podés.
La araña que salvaste te picó
¡Qué vas a hacer!
Y el hombre que ayudaste te hizo mal
¡Dale que va!
Y todo el carnaval
gritando pisoteó
la mano fraternal
que Dios te dio.

¡Qué desencuentro!
¡Si hasta Dios está lejano!
Sangrás por dentro,
todo es cuento, todo es vil.
En un corso a contramano
un grupí trampeó a Jesús…
No te fíes ni de tu hermano,
se te cuelgan de la cruz…

Quisiste con ternura, y el amor
te devoró de atrás hasta el riñón.
Se rieron de tu abrazo y ahí nomás
te hundieron con rencor todo el arpón
Amargo desencuentro, porque ves
que es al revés…
Creíste en la honradez y en la moral…
¡Qué estupidez!
Por eso en tu total
fracaso de vivir,
ni el tiro del final
te va a salir.