lunes, 20 de abril de 2009

Sala de Espera: Lo que no llega al consultorio


Por Mario Martínez

-…el que le dio este teléfono se equivocó. Este no es el laboratorio. ¿Y yo que se cuál es el número del laboratorio? Llame al conmutador y pregunte. ¡Espere un momento! ¿No ve que estoy hablando por teléfono? ¡Estoy ocupado!
Álvaro trabajaba en la farmacia del hospital y era el encargado de entregar los medicamentos a los pacientes crónicos.
-Ahora si ¿Qué quiere?............Ahá, ¿Trajo la receta? ………. ¿A ver? No, esa no sirve, dígale al médico que se la haga como corresponde…………… Él tiene que saber como corresponde, dígale que no se haga el tonto. ¿Quién sigue?
Era impensable que Álvaro intentara al menos solucionar un problema que no fuera de él. Los pacientes en general lo detestaban y habían presentado innumerables quejas a la dirección y administración del hospital. Sin embargo, las autoridades estaban conformes con Álvaro, desde que él estaba a cargo había disminuido la facturación de medicamentos.
-¿Qué me traés, querido? En una hora yo me voy ¿Cómo te me venís ahora con un pedido urgente? Si es urgente lleváselo a los de la guardia.
Sus compañeros de trabajo no lograban ponerse de acuerdo: mientras unos lo odiaban, otros solo pensaban en molerlo a palos.
-¿Y por qué voy a creer que vas a jugar la plata de todos nosotros al billete de fin de año? ¿Y si te olvidás? ¿Qué pasa con mi plata, la pierdo? No, dejá, si a mi lo que me sobra es suerte…
Eso si: cuando se trataba de temas sociales, Álvaro no ocultaba su sensibilidad.
-¿Y vos querés que te firme el petitorio? Pero si recién juntaste tres firmitas. Andá pibe, volvé cuando tengas la lista llena, y por ahí te lo firmo…
Se sentía cómodo con el lugar laboral que ocupaba.
-No, no me vengas con eso del cursito. ¡Si yo estoy fenómeno así! Además, me tendría que levantar más temprano todavía. No, mirá, gracias, ofrecéselo a Gonzalo que lo único que hace es archivar historias clínicas…
Aunque cueste creerlo, una persona así había conseguido formar una familia, e incluso había tenido hijos.
-Vieja: ¿Por qué no le pedís a Ricardito que te ayude a ordenar el placard? Yo me la paso toda la semana laburando, ¡Tengo derecho a descansar! ¿O no?
Pero: ¿Dónde había comenzado esta vocación de Álvaro por el mínimo esfuerzo? ¿En qué circunstancia del camino de la vida se habían consumido sus energías?
-En mis tiempos la cosa era fácil: o laburabas, o estudiabas. Los viejos de vago no te iban a bancar. Y yo con los libros de la segunda página no pasaba, me quedaba dormido…
Incluso un nuevo compañero de trabajo, que aún no había tenido oportunidad de conocerlo y, por lo tanto, de enojarse con él, lo había invitado a salir a correr los sábados por la mañana.
-No, pibe, a mi dejame en casa tomando mate. Yo no nací para correr, lo mío es la caminata. Es más, si en silla de ruedas, mejor…


Confesiones junto al Sena
Jorge Schussheim

Una música suena en la calle,
mil violines me dan su calor
y cogiendo mi brazo tu talle
te suspiro al oído mi amor.

Tú me dices que sé que eres mía,
que te entregas a mí, mi princesa,
pero al ir a tomarte no puedo,
porque siento que el culo me pesa,
¡ay, ay!, cómo me pesa.

Un palacio de cuento de hadas
y un salón de irreal esplendor
es el marco suntuoso en que vive
nuestro amado y buen emperador.

Me recibe, en la diestra la espada,
y me otorga un blasón de nobleza.
—Lo lamento, Sire, no puedo,
porque siento que el culo me pesa,
¡ay, ay!, cómo me pesa.

Encontré a la diosa Fortuna
en la calle sentada, a mi paso,
y me ofrece el sol y la luna
si tan sólo le extiendo los brazos.

—¡Ay, mi diosa! Lo intento y no puedo,
me resigno a mi vieja pobreza;
aunque trate, no muevo ni un dedo
porque siento que el culo me pesa,
¡ay, ay!, cómo me pesa.

Y pasando los años se escapan
y me dejan tan sólo tristeza,
nunca tuve ni amor ni dinero
porque el culo me arrastra y me pesa…

Un consejo les doy, mis amigos,
un consejo y ya corto mi hilo:
No se sienten, vivan parados
aunque el culo les pese mil kilos,
aunque el culo les pese mil kilos.

lunes, 13 de abril de 2009

Sala de espera: Lo que no llega al consultorio


Por Mario Martínez

La reunión de la gremial médica se había extendido más de lo habitual. Unos pocos, formando corrillos, aún continuaban comentando lo que acababa de acontecer.
Kramer, en cambio, aunque era el secretario general, solo en un rincón acomodaba unos papeles.
Cuando Adriana notó esto, se acercó con cualquier excusa. A pesar de los cuestionamientos, ella sentía respeto y hasta cierta admiración por ese colega.
-¿Le ayudo con los papeles?
-Bueno, muchas gracias, respondió Kramer. –Así volvemos más temprano a nuestras casas.
-Estuvo duro el ambiente hoy ¿No es así doctor? Consultó Adriana.
-Últimamente parece que la única propuesta es la dureza, la intransigencia, explicó algo didácticamente Kramer.-Encima, la muerte del doctor Saín lo elevó a la condición de juez de todos nosotros.
-Yo no viví su época como secretario general de la gremial, aclaró Adriana,-Pero cuentan que fue una persona muy correcta.
-Nadie puede criticar sus formas, reconoció Kramer,-Pero los que hoy en día lo ponen como ejemplo no separan formas de contenidos. Cuando Saín se hizo cargo la gremial venía de un tiempo muy oscuro. Él y su grupo privilegiaron su funcionamiento, casi diría burocrático, más que su efectividad. No confiaron en el respaldo de la movilización. La gremial se puso en marcha, si, pero los beneficiarios siguieron siendo los mismos que lo habían sido hasta entonces.
-Perdone que pregunte tanto, doctor, demandó nuevamente Adriana,-Entonces ¿Lobejón fue el mejor secretario general?
-No se si yo lo expresaría de esa manera, aclaró Kramer.-Lobejón formó parte del grupo fundacional de la gremial. Hasta ese momento no existía un espacio sindical en todo el sentido de la palabra. La representación de los intereses médicos como grupo productivo estaba en manos de los dueños de sanatorios y directores de hospitales. Lobejón y su grupo consiguieron que los médicos, considerados como un colectivo, pasaran a tener protagonismo.
-Y usted ¿Se siente heredero de alguno de ellos? Volvió a interesarse Adriana.
-Sin dudas me siento más cerca de Lobejón, afirmó Kramer. Él y su grupo fijaron claramente los contenidos por los que deberíamos luchar. El error más grande que le reconozco es haberse erigido como intérprete de los intereses, y no someter las decisiones a debate. Así la lucha se fue debilitando. Aunque te aclaro que cuando Saín encabezó la gremial lo acompañé a pesar de las diferencias. Hasta que estas se volvieron insalvables.
-Le confieso doctor que escuchándolo me siento con pocas esperanzas, se lamentó Adriana.-Parece ser un problema sin solución.
-No, aclaró Kramer, no es tan difícil. Se trata de que a muchos no les falte lo que a unos pocos les sobra.

sábado, 4 de abril de 2009

Sala de Espera: Lo que no llega al consultorio


Por Mario Martínez

Los residentes contaban con dos dormitorios para la guardia, uno para las damas y otro para los caballeros, más un pequeño ambiente para usos múltiples: desde un ateneo bibliográfico hasta tomar mate, o un descanso cuando la tensión de la guardia prometía destruir los nervios del más templado.
Precisamente terminaban un ateneo, y un pequeño grupo extendió la discusión acerca de la tecnología apropiada:
-No podés ser tan irresponsable de querer utilizar el último aparato para diagnóstico que aparece en el mercado, en un país subdesarrollado como el nuestro, sentenciaba Antonio.
-El irresponsable sos vos, que no quiere entender que así el país se atrasa más, contestaba Mariano.-Si por vos fuera habría que volver a los yuyos.
-No pongas en mi boca cosas que no dije, aclaraba Antonio.-Tecnología apropiada es precisamente eso: la tecnología que la comunidad sea capaz de aceptar y sostener.
-O sea que, según vos, esto también debe debatirse en la asamblea popular, terminaba de irritarlo Mariano.
-Che, intervino Edgardo, bajen la voz que están golpeando la puerta. Si, ¿quién es?
-Gregorio, el enfermero, doctor. ¿Puedo pasar?
-Si Gregorio, pase, contestó Edgardo.
-Permiso, vengo a sacar unas cajas de gasas que guardamos en el placard.
-Si Gregorio, haga nomás, nosotros estamos charlando. A propósito: ¿Cuándo fue la última vez que la dirección del hospital compró equipamiento para la enfermería de la guardia?
-Mire doctor, respondió Gregorio, no menos de cinco años.
-Ahí tenés Mariano, reaccionó Antonio. ¿No correspondería entonces que hagamos una nota pidiendo, no mejor, exigiendo que modernicen el equipamiento de la enfermería de guardia?
-Conmigo no cuentes, respondió Mariano.-Bastante esfuerzo me cuesta mantenerme en el primer puesto de los concursos, para arruinarme con una notita. Después quién le va a explicar al director ¿Gregorio? No, gracias, arréglense ustedes. Y pegó un portazo.
-Me encantó la solidaridad del tipo, dijo Antonio.- ¿Se da cuenta Gregorio? Si así es de pibe, ¿Qué nos espera cuando crezca? Y salió sin esperar la respuesta.
Gregorio se sentía incómodo por haber sido obligado a intervenir en una discusión, aunque nadie se detuvo a escucharlo. Menos Edgardo.
-Dele Gregorio, despáchese, estamos solos.
-¿Qué quiere que le diga doctor? El doctor Mariano parece bastante egoísta, pero el doctor Antonio se mete cuando no lo llaman. Ni el director ni ninguno de ellos dos nos consultaron a los enfermeros por el equipamiento de la enfermería de guardia. Si esto hubiera pasado en mi barrio le hubiéramos dicho: No pibe, así no.


No pibe
Javier Martínez (Manal-1970)

No hay que tener un auto,
ni relojes de medio millón
cuatro empleos bien pagados,
ser un astro de televisión.

No, no, no, no pibe,
para que alguien te pueda amar,
porqué así sólo tendrás,
un negocio más.

No debes cambiar tu origen,
ni mentir sobre tu identidad.
Es muy triste negar de donde vienes,
lo importante es adonde vas.

No, no, no, no pibe,
no lo hagas que eso está mal;
si tu madre te escuchara,
moriría de llorar.

No hay que viajar a Europa,
ni estudiar en la universidad,
tener títulos de nobleza,
o prestigio en la sociedad.

No, no, no, no pibe,
para que alguien te pueda amar.
Nada de eso es importante,
en amor, ya lo verás.