sábado, 5 de julio de 2008

Sala de espera III


¿A dónde voy cuando me duele?

Por Mario Martínez

Amputación parcial de la falange distal del dedo medio de la mano izquierda.
Tan largo era el nombre, que siempre lo llevaba anotado en un papelito dentro de su billetera.
Amputación. Le sonaba horrible. Casi un insulto.
Había probado contar que la máquina casi le arranca un dedo de la mano, pero terminaba siendo peor. La gente lo miraba aterrorizada, para luego desilusionarse un poco, ya que el daño no era para tanto.
El médico le repitió varias veces que era muy importante hacerse la curación todos los días, que de eso dependería la cicatrización de la herida en un plazo breve y sin otras consecuencias.
Le preocupó estar viviendo solo, sin tener a quién pedirle ayuda, y se lo comentó. El médico le explicó que ese no era un problema, ya que el hospital contaba con personal de enfermería que le haría las curaciones.
El Flaco, su amigo, lo alentó: Seguro que te toca una enfermerita refuerte.
El primer día fue con desconfianza, hasta con algo de miedo.
El Flaco tuvo razón. Era una enfermerita muy bonita y simpática.
Él, de todas maneras, habló poco. Todavía le impresionaba la herida.
Ella, que comprendió esto, no se atrevió a decir mucho, respetando su silencio.
El segundo día se animó un poco más. Al despedirse ensayó: Bueno, gracias y hasta mañana… ¿Cómo me dijo que se llamaba usted?
Lidia, respondió ella, hasta mañana Antonio.
Hasta mañana Lidia.
El cuarto día se sorprendió calculando cuánto faltaba para ir a la curación. Era viernes. Se imaginó que sábado y domingo no la vería.
Ella se lo confirmó, pero asegurándole que tanto el compañero del sábado como la chico que estaba los domingos lo atenderían muy bien.
En realidad fue así, pero nunca había esperado tanto un lunes.
Dolor con amor se paga, pensó.
Los días transcurrían cada vez mejor. No por la evolución de la herida, que ya poco importaba, sino por como mejoraba la relación. Él acompañaba el trabajo de ella con comentarios y anécdotas, que ella festejaba con sonrisas.
En un mes la herida estaba casi curada. Faltaba poco para despedirse.
Se dio cuenta que si no tomaba rápido una decisión, la perdería.
Esa tarde hasta se preocupó por la ropa que eligió para ir a verla.
Cuando llegó a la enfermería se detuvo, vio que ella estaba ocupada con otro paciente.
Al verlo lo invitó: Pase Antonio, venga que le presento a mi marido. Este es Antonio, el paciente del que te hablé. Nunca tuve uno más obediente.
Él, con una especie de agujero en el pecho, le extendió la mano: Mucho gusto.
Mientras volvía caminando a su casa pensó: Amor con dolor se paga.
Cuando se lo contó al Flaco, este le disparó: Pero mirá que sos……
Tenía razón, pero eso no lo compartió con nadie.

Colombina – Jaime Roos

En el tumulto de los Húsares de Momo
Encandilado por las luces de otro barrio
Aquel murguista saludando con su gorro
Se despedía como siempre del tablado

Entre la nube de pintados chiquilines
Vio la sonrisa que enviaba una princesa
Entre los rostros de mezclados colorines
Dudó si era para él la gentileza

Y por si acaso dedicó una reverencia
A la muchacha que en la noche se quedaba
En el momento de partir la bañadera
volando un beso se posaba en su ventana

Y paso a paso la ansiedad lo malhería
Quedaba poco del nocturno itinerario
Uno tras otro los cuplés se sucedían
Se retiraban del último escenario

Tiró el disfraz en el respaldo del asiento
Borró los restos de pintura con su mano
Volando un tacho lo llevaba contra el viento
La vio justito a la salida del tablado

"Cómo te va", dijo el murguista a la muchacha
Que lo cortó con su mirada indiferente
Le dijo "Bien" y lo dejó como si nada
Nuevamente ...
La princesa ...
Se perdía entre la gente


Que no se apague nunca el eco de los bombos
Que no se lleven los muñecos del tablado
Quiero vivir en el reinado del Dios Momo
Quiero ser húsar de su ejército endiablado

Que no se apaguen las bombitas amarillas
Que no se vaya nunca más la retirada
Quiero cantarle una canción a Colombina
Quiero llevarme su sonrisa dibujada

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