lunes, 22 de diciembre de 2008

Sala de Espera. Lo que no llega al Consultorio

Salud y Navidad

Por Mario Martínez

Como recordarán nuestros oyentes, en el episodio anterior, Antonio, el subjefe del servicio de clínica médica del hospital, había presentado un planteo ético frente a la gremial de profesionales contra el jefe de su mismo servicio. Este último, casualmente, era el hijo del director del hospital.
Edgardo, en representación de la minoría dentro de la gremial, fue el más interesado en impulsar el difícil proceso.
La gremial había aclarado que el tribunal de ética sesionaría luego de las fiestas de fin de año, lanzando en cambio la invitación para una cena de camaradería, comisionando a Edgardo para que distribuyera las invitaciones y confirmara las asistencias.
Finalmente llegó el día de la cena y nadie faltó a la cita. Excepto el personal de guardia, como es prudente comprender.
Los lugares en las mesas se ocuparon como es tradicional en estos casos, reproduciendo la distribución del poder. La mesa principal la ocupaban los directores y jefes, la siguiente los cuadros intermedios, luego los profesionales, en general agrupados por servicios, posteriormente el personal de enfermería, y al final el personal de maestranza. Juntos si, pero no revueltos.
En la mesa que ocupó Edgardo también se sentó Antonio. Si bien tenían rangos distintos, claramente se trataba de la mesa de los díscolos. Mariano también los acompañaba, aunque para él ser díscolo se tratara solo de una pose.
-Che, disparó Mariano, ¿Puedo disponerme a comer, o me van a venir a hablar de los ocho chicos que mueren de hambre por día?
-¡Pará hermano! Se enojó Antonio, ¡No te voy a permitir que te rías de eso!
-No te calentés Antonio, trató de mediar Edgardo, mirá que Mariano es capaz de marcarte en el mapa de la inseguridad punto com.
-¿Querés más inseguridad que la de esos pibes? Preguntó Antonio. ¿Cómo puede ser que para su defensa no salga ningún ingeniero, aunque sea trucho?
-Bueno, siguió Edgardo, las religiones defienden a los pibes antes de que nazcan, pero se olvidan de ellos una vez nacidos.
-Che, interrumpió Mariano, hagan silencio que empiezan los discursos.
-Colegas presentes, personal del hospital, amigas y amigos, arrancó el director. Estamos llegando al final de otro año en el que el hospital aumentó mucho su trabajo. Todos los servicios han visto incrementada su producción. En especial los servicios de guardia, los consultorios externos de pediatría y la maternidad: la guardia atendió 30.000 consultas, los consultorios externos de pediatría casi 100.000, y se realizaron este año un 20% más de partos que el año anterior.
-¿Me equivoco en las cuentas, o uno de esos ocho pibes nace en este Hospital? Arriesgó Mariano.
-Esta vez si que tenés razón, lo acompañó Antonio.
Edgardo pensó entonces por qué brindaría al final del discurso. Si lo haría por el fin de la falsa camaradería, o por que abundara de una buena vez la comida.


Niño silvestre
(Joan Manuel Serrat)

Hijo del cerro
presagio de mala muerte,
niño silvestre
que acechando la acera viene y va.

Niño de nadie
que buscándose la vida
desluce la avenida
y le da mala fama a la ciudad.

Recién nacido
con la inocencia amputada
que en la manada
redime su pecado de existir.

Niño sin niño
indefenso y asustado
que aprende a fuerza de palos
como las bestias a sobrevivir.

Niño silvestre
lustrabotas y ratero
se vende a piezas o entero,
como onza de chocolate.

Ronda la calle
mientras el día la ronde
que por la noche se esconde
para que no le maten.

Y si la suerte
por llamarlo de algún modo,
ahuyenta al lobo,
y le alarga la vida un poco más.

Si el pegamento
no le pudre los pulmones,
si escapa de los matones,
si sobrevive al látigo, quizás

llegue hasta viejo
entre cárceles y "fierros"
sembrando el cerro
de más niños silvestres, al azar.

y cualquier noche
en un trabajo de limpieza
le vuele la cabeza
a alguno de ellos, sin pestañear.

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