SALA DE ESPERA Nº 7: Lo que no llega al consultorio.
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Mario Martínez
Dora Ana Benavente. Dory para los amigos. Dory Ann, para unos pocos.
Morocha, un metro sesenta y ocho, curvas generosas y firmes.
Voz siempre en un tono medio, intimista. El maquillaje justo, el vestuario destacado pero no llamativo.
Esa era su carta de presentación, y el secreto de su éxito.
O había sido así hasta los treinta y cinco. Allí comenzaron las primeras señales de preocupación, que se acentuaban si se comparaba con ese retrato suyo a los dieciocho años, que no dejaba de mirarla junto al espejo.
Alrededor de sus ojos estaban esas líneas que los opacaban. Y sus labios requerían cada vez más lápiz labial para destacarse.
Cuando averiguó el costo de la cirugía se sintió amenazada. Por lo tanto armó una verdadera estrategia defensiva.
Faltaba muy poco para las calificaciones laborales, y ella no era la única candidata al ascenso. Si lo analizaba objetivamente, su contendiente podría imponerse. No debía perder el tiempo. Quien estuviera ausente el día del examen quedaba automáticamente descalificada. No lo dudó. La invitó a comer a su casa. Se aseguró que la dosis fuera la mínima útil. Un daño reparable, sin exagerar.
La diferencia en sus ingresos dada por el ascenso le permitió en cuatro meses concretar la cirugía tan ansiada.
Un año más tarde, frente al espejo notó que sus pechos ya no se veían erguidos. Es más, habían descendido en forma desigual. Desde sus dieciocho años el retrato la observaba. Ese mismo día llamó a la clínica para concretar una consulta que le permitiera conocer riesgos y costos.
Pero para materializar esa empresa se necesitaba mucho más dinero. ¿Dónde conseguirlo?
Su amiga Mariela le mostraba con orgullo ese anillo que poseía como único recuerdo de su abuela. Le aseguraba que, más allá de ser de oro, el sello que tenía un su interior elevaba mucho su valor monetario.
Volvió a visitarla dos semanas después. Aprovechó cuando Mariela fue al baño. No le costó gran cosa venderlo en un anticuario. Le dieron más dinero que el que necesitaba.
Pero lo peor llegó con los cuarenta. Sus glúteos, también descendidos, se habían cubierto de celulitis. La chica de dieciocho años continuaba observándola.
La consulta sobre riesgos y costos la tuvo al día siguiente. La propuesta al director de la empresa de acompañarlo en el viaje de negocios sonó espontánea, casi sacrificada. Seducirlo y obtener como recompensa el dinero necesario fue hasta relativamente sencillo.
Cuando se recuperó de la cirugía, se paró desnuda frente al espejo de su habitación, para admirarse. La chica de dieciocho años no le apartaba la mirada. Pero ¿Quién era esa chica? ¿De dónde la conocía? Tenía una belleza tan… espontánea…
REGGAE PARA MIRTA
OTRO DIA EN EL PLANETA TIERRA (2005). INTOXICADOS
Yo ya sé que hay gente
que le importa más su imagen
que su forma de ser
no se dan cuenta que parecen momias
pero aparentando ser de veintitrés
Cirujano estírela, un poco más
vamos cirujano yo sé que usted podrá estirarla, un poco más
vamos cirujano estírela, un poco más
vamos cirujano yo sé que usted podrá estirarla, un poco más.
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