sábado, 16 de agosto de 2008
Sala de espera. Lo que no llega al consultorio
Derecho a la Salud
Mario Martínez
El tren iba cargado, repleto como siempre. Y el viaje desde San Miguel era tan largo…
El Moncho se había quedado en el andén sin poder subir. Seguro que llegaría tarde y le descontarían el presentismo. Tenía cinco pibes, y el mayor le había pedido una bicicleta para el cumpleaños. A este paso, no le alcanzaría ni para los pedales.
Él en cambio tenía tres nenas. Pero su mujer algo le había comentado de un atraso que lo intranquilizó.
Apenas podía mantener los ojos abiertos. Es que casi no había dormido. La más chica los despertó llorando, con dolor de panza. Tenía diarrea, y después del te que le preparó su mujer, también vomitó.
De las tres era la más flaquita, debilucha decía la abuela. Había nacido prematuramente. Su mujer estuvo limpiando oficinas casi hasta el séptimo mes. El médico les dijo que eso pudo haber adelantado el parto.
Cuando nació pesó poco más de dos kilos. Y a partir de ese momento su relación con la balanza fue el tema de conversación dominante en la casa, y casi una obsesión para la madre.
Decidieron llevarla a la Salita que estaba en la ruta. Por suerte hacía unos días que no llovía, y esa noche no hacía tanto frío. Caminando a buen paso, en media hora llegaron.
Los atendió el enfermero, ya que la médica había tenido que salir a ayudar en un parto.
Les explicó que seguro era el agua. Ellos le contaron que la que usaban para tomar la iban a buscar a la canilla que estaba en la esquina de la casa. El enfermero les preguntó si la hervían, respondieron que no.
Les entregó unos sobrecitos, les dijo que eran sales, les explicó como usarlas.
El bochinche de Chacarita lo zamarreó y consiguió despertarlo. Cuando logró bajar del vagón El Moncho lo agarró de un brazo. Zafó trepándose al furgón, ayudando a uno que llevaba una bicicleta.
Tuvieron que empujar en el subte también, pero al menos quedaron del lado de adentro.
Cuando llegaron a la obra, por suerte en horario, el capataz les indicó cortar el agua.
Estaban trabajando en un edificio, y esa semana la dedicaban al hall de acceso.
Había que desplazar un caño que corría por el cantero lateral. Cuando se trabajaba con otros oficios, como en este caso los plomeros, el trabajo se complicaba, y había que estar muy atento.
El portero mientras tanto se disponía a limpiar la vereda.
- Buenas, don López, vamo a tener que cortar el agua ¿sabe?
- A si, y yo me quedo sin baldear la vereda. ¿Pero qué se creen ustedes? ¿Qué son los dueños del agua ahora?
La ley es tela de araña.
Bartolomé Hidalgo – Alfredo Zitarrosa (1971)
Siempre había oído mentar
que ante la ley era yo,
igual a todo mortal.
Pero hay su dificultad
en cuanto a su ejecución.
Roba un gaucho unas espuelas,
o quitó algún mancarrón;
lo prenden, me lo enchalecan,
y de malo y salteador,
lo tratan y hasta el presidio
lo mandan con calzador.
Vamos pues a un señorón:
Tiene una casualidad;
ya se ve, se remedió,
un descuido
que a cualquiera le sucede,
sí señor.
Al principio mucha bulla,
embargos, causa, prisión;
van y vienen, van y vienen,
secretos, admiración.
¿Qué declara? Que es mentira,
que él es un hombre de honor.
¿Y la mosca? No se sabe,
el Estado la perdió;
el preso sale a la calle
y se acabó la función.
Y esto se llama igualdad,
¡la perra que los tiró!
Porque siempre oí mentar
que ante la ley era yo,
igual a todo mortal.
Pero hay su dificultad
en cuanto a su ejecución.
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