sábado, 13 de septiembre de 2008

Sala de Espera: Lo que no llega al consultorio


Salud y Deporte

Mario Martínez

La tarde del lunes se extinguía lentamente en “La Doliente Anemia”, el café de Pompeya de la calle Río Cuarto, cerca del puente.
En el mostrador, El Vasco repasaba los vasos mecánicamente, entretenido con el diálogo que se desarrollaba en la mesa que da a la ventana.
-Se mereció el triunfo, dijo El Tipo.
-Como ninguno, acentuó El Otro.
-De entrada vino a este mundo a pelear, continuó El Tipo. –Con solo un mes de vida y acusando en la báscula poco más de dos kilos, tuvo una meningitis que prometía levárselo al otro lado.
-Pobre criaturita, se lamentó El Otro.
-Los únicos privilegiados, murmuró La Que Permanecía Callada.
-Los reflejos y la velocidad los heredó del padre, siguió El Tipo. –Una noche, cansado de ver a su hijo llorar de hambre, salió de caño. Esa vez corrió como loco y no lo agarraron.
-Esa no, acotó El Otro. –Pero dos meses después apareció en un zanjón.
-Hambrientos del mundo, uníos, susurró La Que Permanecía Callada.
-Su madre no se quedó quieta, aclaró El Tipo. -Juró que a su hijo nunca le faltaría un plato de comida. Limpió baños, pidió, suplicó, pero cumplió con su palabra.
-Esa si que fue una verdadera tigresa, definió El Otro.
-Basta de decir, se quejó La Que Permanecía Callada. –Mejor es hacer.
-La comisión en pleno le anunció la cena en homenaje a su campeonato, contó El Tipo.
-Él, que toda la vida comió salteado, ahora se va a sentar a la cabecera del banquete, comentó El Otro.
-La historia trágica se repite como farsa, agregó en un hilo de voz La Que Permanecía Callada.
-Todo se lo debe al Tío Juan, siguió El Tipo. -Él lo llevó al gimnasio, le enseñó a calzarse los guantes, a armar la guardia, a tirar los primeros golpes.
-Fue su maestro, de la única escuela a la que pudo ir, agregó El Otro.
-¿Hay algo mejor que un boxeador para otro boxeador? Se preguntó La Que Permanecía Callada.
-Yo lo vi el día que debutó, se atrevió a intervenir El Otro. –Era una maravilla ver al pibe bailoteando por el ring.
-¿Quién no estuvo esa noche? Resolvió retórico El Tipo. –Ganó, pero quedó muy golpeado. Con el tiempo fue obteniendo confianza, experiencia.
-Y disciplina, completó El Otro. –Aprendió que sin concurrir todos los días al gimnasio no podría conseguir nada. Fue trabajando cada músculo, cada fibra, hasta volverlos invencibles. Y nunca se alejó del barrio, de su gente, de su propia historia.
-Se endureció, dijo finalmente La Que Permanecía Callada. –Pero no perdió la ternura, jamás.
La canción del deporte. Marcha, 1933.
Letra de Antonio Botta. Música de Francisco Lomuto.

En un marco de azul celestial
y al rayo solar
va la juventud.
En el pecho un soberbio ideal
y un ansia sin par
de goce y salud.
Una insignia en el corazón
un emblema como ilusión
y en el alma un deseo
de honor y de gloria
que vibra y es siempre emoción.

Luchar, en justa varonil.
Luchar con ansia juvenil.
Y para la raza
conseguir el ejemplar
del porvenir.
Luchar, luchar para triunfar,
luchar y nunca desmayar.
Alentando siempre
la esperanza de imponer
la divisa "Vencer y vencer".

Caballeros del juego hay que ser,
al campo a salir
con fe y con valor.
Adversarios que van a ofrecer
en brega gentil
ejemplo y vigor.
La confianza y la inspiración
del amor a una institución
han de darnos aliento
y hacer que el esfuerzo
corone de gloria un campeón.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Aide de Parque de los Patricios: Es discapacitada y tiene muchos problemas con la atención médica que brindan. Igual escucha mucho esta radio que le hace muy buena compañía.

Esteban de Parque Chacabuco: ¿El deporte de alto rendimiento es salud?