Por Mario Martínez
Estaba sentado al borde de su cama, en ropa interior, frente a la ventana abierta, bebiendo una medida de whisky.
Toda esta ceremonia se había convertido en una costumbre desde que descubrió que lo ayudaba a dormía mejor. Pero por las dudas, no la había compartido con nadie.
Y era ese el momento en que aprovechaba para repasar el día. Con los años había aprendido que los balances a largo plazo ya no tenían tanto sentido. Evaluaba jornada por jornada, y si algo no lo convencía por su resultado, intentaba mejorarlo al día siguiente.
Esa noche había ido a bailar, como cada jueves, desde hacía seis meses. El lugar se lo había recomendado un compañero del Centro de Jubilados. Al comienzo no lo convenció mucho que el ritmo predominante fuera la salsa. Pero luego de algunas clases se tranquilizó y animó mucho más.
Lo del baile tampoco lo compartía con mucha gente. Una vez se lo comentó a su hijo y le pareció que este le respondía con cierto desden. Por ello dejó de hacerlo.
También había vuelto a fumar. Solo tres cigarrillos por día. Menos los jueves, que tal vez fumaba alguno más.
No recordaba muy bien en qué había ocupado la mañana. Seguramente nada importante. En cambio por la tarde había ido de compras. Necesitaba una camisa nueva para lucirla en el baile.
Que la vendedora lo tratara de abuelo, cuando tendría como mucho diez años menos que él, no le gustó nada. Pero era algo a lo que se había acostumbrado con el tiempo.
En ocasiones luego del baile iban a cenar. No era lo que más lo entusiasmaba, ya que, entre las recomendaciones del médico y los malestares que ciertas comidas le producían, terminaba comiendo siempre las mismas tres o cuatro cosas.
Además, aunque no se lo confesaba a nadie, el baile lo agotaba. Terminaba cabeceando en la mesa, incluso antes que sirvieran el café.
Sin embargo, cuando regresaba a su departamento se reponía totalmente. Parecía que el hecho de tener que encarar la larga noche, tratando de conciliar el sueño, lo angustiaba de tal manera que, lejos de permitirle dormir, lo mantenía despierto todo el tiempo. Por eso había comenzado con lo del whisky.
Antes de darle el último sorbo al vaso, revisó en su mesa de luz el dinero que le quedaba, y si había alguna cuenta pendiente antes de fin de mes.
Había días en que se acordaba de Marta. Tres años habían pasado ya desde su muerte. Las imágenes de sus últimos y penosos meses se imponían a las de los días felices que compartieron y no hacían sino recordarle que a él mucho tiempo no le quedaba.
Al estirarse en la cama comprobó que las piernas le dolían. -Se nota que la máquina te funciona muy bien, le había comentado su compañera de baile.
Él, en cambio, creía que la estaba forzando. Como debe ser.
Se fuerza la maquina
Autor: Gato Pérez
Intérprete: Silvina Garré
Este género divino, esta música excelente
Que es la música del pueblo con la que baila la gente
Tiene un gran problema, amigos
Tiene un serio inconveniente
Exige tantas energías que la salud se nos resiente.
Es la rumba y es el tango, son el jazz y el rock & roll
Un volcán de sentimientos por donde habla el corazón.
Así se gasta adrenalina y se bebe mucho alcohol
Para afinar las emociones y acordarse del dolor.
Se fuerza la maquina de noche y de día
Y el cantante con los músicos se juegan la vida
Se fuerza la maquina de noche y de día
Y el cantante con los músicos se juegan la vida.
Si el cantante va cargado casi expresa lo que siente
Si va fresco canta triste y no conecta con la gente
Melodías eternas encadenan la armonía
Cuando un músico es sincero toca trozos de su vida.
Se fuerza la maquina de noche y de día
Y el cantante con los músicos se juegan la vida
Se fuerza la maquina de noche y de día
Y el cantante con los músicos se juegan la vida.
Cuando el público se acerca y se prende a las canciones
Una magia misteriosa se apodera del ambiente
Música, música, música, música y palabras
Que se combinan en un dialogo inédito y profundo.
Se fuerza la maquina de noche y de día
Y el cantante con los músicos se juegan la vida
Se fuerza la maquina de noche y de día
Y el cantante con los músicos se juegan la vida.
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2 comentarios:
Ana María de Belgrano: Ella, junto a sus hermanos y primos, cuando eran chicos, jugaban en la casa de su abuela Berta a vender las exquisitas galletitas de miel que ella cocinaba, en una de las ventanas que daba a la calle.
Miguel de Avellaneda: Felicita por el programa. Es la 1º vez que nos escucha y le gusta mucho. Cree que debería darse a las personas mayores la posibilidad de atenderse con cosas como la homeopatía, acupuntura, reflexología. Esto se utiliza en Chile, ya que muchos ancianos lo utilizan.
Gaby de Almagro: La belleza de la vejez ha empezado con la presbicia, que le impide ver tantas arrugas y ojeras.
Norma de Caballito: En el Sanatorio Colegiales (Federico Lacroze y Conde) hay gato encerrado. Ya hubo varios casos en los cuales los médicos del Sanatorio mandaron a la morgue a abuelitos sin firmar ningún certificado de defunción. No le avisan a sus parientes, y ellos no tienen oportunidad de despedirse.
Francisca de San Cristobal: Jubilada, no le alcanza el dinero para vivir. Se quedó sin familia, ya que sus hijas fallecieron de cáncer a los 57 y 76 años.
Juana de Parque de los Patricios: En la actualidad las cosas no están bien. Es jubilada y dice que la época del gobierno peronista, con Eva Perón, fue la mejor de todas. Su abuela falleció en el año 1941 y era una "pasa de uva": Quiere que los abuelos de hoy tengan mayor bienestar que el que tenían antes. Considera que debería haber salitas para jubilados en los barrios.
Azucena de Pompeya: Felicita por el programa porque está muy bueno. Comenta que tiene un hijo pequeño, cosa que no sucedía antes. Pero esto la mantiene agil a su edad y está muy felíz.
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